EI declaracionismo, ese vicio que no sería justo adjudicar sólo a los políticos, tiene, además del impacto buscado, un serio problema de fondo: hay que sostener lo que se dice. 
La fenomenal vidriera que constituyen hoy las redes sociales ha multiplicado a niveles insospechados la posibilidad de que todas las personas se expresen y que sus palabras alcancen, incluso, escala mundial.
Esto, que hasta hace unos años se consideraba más propio de un cuento de Ray Bradbury que una realidad tangible, hoy más que nunca hace realidad aquella aldea global que visualizaba con ojo de profeta el canadiense Marshall McLuhan.
En estas aceleradas autopistas de la comunicación no circula únicamente información “pura”. Allí el tránsito suele estar atestado de pirotecnia verbal, con un nivel de agresión que a esta altura ya no extraña. Intimida.
En una sociedad cada vez más maleducada (no “mal aprendida”, como gustaban remarcar nuestras madres), no extraña que hayamos desembocado en una chatura en la que no caben los aplazos.
Con esa liviandad de disparar frases al voleo y creer que nada tiene consecuencias, el inefable sindicalista gastronómico, Luis Barrionuevo, puede pronosticar sin titubear que prevé desbordes sociales en diciembre.  
Al otro día, con igual facilidad, salió a desdecirse y negó cual Judas que haya hablado de un estallido para el fin de año.
El mismo esquema de lanzar una frase y luego defenderse con el clásico “me sacaron de contexto”, está presente en boca de presidenciables, botineras en busca de fama y mediáticos que mueren por aparecer un minuto en el Bailando por un sueño de Marcelo Tinelli.
A un casi año de las elecciones generales del 2015, Mauricio Macri aporta otro ejemplo: promete como al pasar que eliminará el Impuesto a las Ganancias. A lo cual el gobenador bonearense Daniel Scioli, retrucará en tono de chicana: “Es fácil decir lo que cada sector quiere”. 
 En esa línea, podrían citarse cientos de frases que rebotan y rebotan a diario más que en los medios masivos en las redes.
La sensación, al finalizar cada jornada, es algo más que la vidriera llena. Sentimos que estamos abarrotados de palabras, pero vacíos de sentido. Víctimas de la otra inflación, la verbal. 

(Diario UNO, 14 de setiembre de 2014)

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