Singular paradoja: justamente en el Día del maestro se conocía un proyecto que no sería aventurado tildar desde el vamos de “absurdo”.
En nombre de la “inclusión”, esa palabra que de tanto mal uso ya han vaciado de contenido, el gobierno de la provincia de Buenos Aires propone eliminar los aplazos.
Según argumentan los mentores del polémico cambio, se busca con la desparición del 1, 2 y 3 que los alumnos no sean “estigmatizados”.
De acuerdo con esta lógica, si a un chico se le exige que estudie y no alcanza el nivel de conocimiento básico para aprobar, se lo está condenando a quedar fuera del sistema escolar. Una locura total.  
No hay otra forma más justa e inclusiva (ya que gusta tanto este término) que darle todas las herramientas, el tiempo y el seguimiento necesarios para que el alumno aprenda. 
Y en esto los padres tienen un rol fundamental, acompañando concienzudamente este proceso desde un lugar distinto al del docente pero igualmente responsable.
Seguir empobreciendo la formación para garantizar falsamente que se pase de año, no hace otra cosa que seguir mintiéndonos a nosotros mismos.
Y las consecuencias están a la vista: una encuesta del Centro de Estudios de Educación Argentina reveló que el 44% de los estudiantes universitarios aprueba una sola materia por año.
Un resultado que es producto del errático camino previo. Llegan a esa instancia sin la base necesaria y hacen agua de manera notable. Esto también puede replicarse en el paso de la primaria a la secundaria.
 Brindarles conocimiento a los chicos y capacitación a los docentes es lo básico. Es en lo que se debería estar trabajando desde la política para facilitar (aquí si cabe el verbo) las condiciones sociales y económicas que lo posibiliten.
Esta visto que sacar los pies del plato tiene sus costos. De esto puede dar fe la profesora bonaerense Cecilia Mariztani, quien fue sancionada por ponerles notas bajas a sus alumnos. No conformes con el “llamado de atención”, las autoridades escolares de su provincia le pidieron que modifique sus métodos de calificación.
Si este es el escenario que les espera a los docentes, difícilmente puedan concentrarse en enseñarles a sus alumnos. Su tarea se reducirá a cumplir caprichosos requisitos, como si fueran meros despachantes de notas (positivas, claro) y no verdaderos maestros.

(Diario UNO, 12 de setiembre de 2014)

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