El culto a la personalidad está dejando en un peligroso segundo plano a las palabras y, sobre todo, a los hechos.
En tiempos donde lo que no se mediatiza pareciera no existir, por lejos resulta más importante el personaje que la persona.
La noticia es el quién y no el qué. Entonces, todo queda reducido a un blanco o negro que elimina el punto medio. La posibilidad de los matices.
Hace unos días, Luis Novaresio (América, La Red) hacía un mea culpa y reconocía que se estaba tornando una mala costumbre que el periodista sea el centro y no el intermediario de una noticia.
Con énfasis, el comunicador reclamaba: “Creo que tenemos que dejar el ego un poco de lado y permitir que el protagonismo lo vuelva a tener la información”.
La autocrítica, realmente infrecuente en los medios, salió de boca de tal vez uno de los más respetuosos colegas que se ven y escuchan en la actualidad.
La brecha que tanto ha marcado a quienes se posicionan a favor o en contra del gobierno de Cristina Fernández, se instaló como concepto hasta en los temas más intrascendentes. 
Así, cualquier discusión deviene en un furioso Boca-River, ya sea para evaluar si un Martín Fierro fue merecido; un árbitro cobró mal un penal; o si la actriz tal iba mal vestida a un evento súper vip.
El problema no es la discusión ni el debate. Lo es que las ideas -en caso de haberlas- quedan invalidadas por la descalificación personal. 
El “qué hablás vos si trabajás en...” deja en evidencia que no se evalúa lo que se dice si no quién lo dice.  
De esa forma, cualquier expresión que provenga de alguien que ya fue tachado de K o anti K, no tendrá ninguna posibilidad de ser debidamente considerada.
Esa permanente antinomia desgasta, frustra y produce un distanciamiento social que a la larga daña más de lo que se cree.
Recomponernos de ese divorcio es una tarea colectiva que en mucho involucrará a quien maneje los destinos de la Argentina post Cristina.
Ese dañino personalismo no es sólo patrimonio de los periodistas. También en la política, el deporte y la cultura, entre otros tantos rubros, refulgen más los nombres y su impronta que lo que en realidad producen o generan en lo suyo.
Todos precisan (precisamos) ese baño de humildad del que hablaba la Presidenta y del que, paradójicamente, ella se excluyó. 

(Diario UNO, 15 de junio de 2015)

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