El día de furia que tuvo una docente de la UNCuyo no es otra cosa que el estallido simbólico de tantos de sus pares que aún apelan al freno de mano para no provocar lo que provocó esta profesora con su sincericidio.
Sin buscar justificarla, pero sí tratando de entender por qué llegó a tal catarata de epítetos, exabruptos y recriminaciones, lo ocurrido con esta mujer que no pudo más amerita la reflexión.
El sólo hecho de que lo ocurrido haya trascendido porque un alumno, es decir uno de los que estaba siendo cuestionado por la falta de atención e interés en clase, haya filmado con su celular los dichos de la profesora, confirma en cierta forma que el reclamo de fondo de la mujer no era para nada infundado.
Tras viralizarse a través de Facebook y de los medios digitales, se instaló el bienvenido debate. 
Buena parte de los opinadores ad hoc respaldaron el cuestionamiento realizado a estos adolescentes del último año del colegio secundario, aunque muchos de ellos advirtieron –y con razón- que no era ni la forma ni el lenguaje apropiados para un formador. 
En tren de justificar a la docente desbocada, muchos sinceraron una situación que se repite en la mayoría de los colegios: los chicos no prestan atención, se duermen en clases, no se despegan del celular, no se comprometen con el trabajo en equipo y así podríamos seguir unas cuantas páginas.
Nada de esto, por supuesto, justifica un vocabulario vulgar y agresivo, mechado de insultos y amenazas a los estudiantes. 
Es ahí donde lo razonable del reto y el poner las cosas negro sobre blanco colocan a la docente en el banquillo de los acusados en lugar de quienes genuinamente merecerían ocuparlo: esos alumnos que son un elocuente canto a la desidia.
Como una letanía, que sí les debe haber llegado a unos cuantos del curso interpelado por la profe furiosa, quedó flotando en ese curso del DAD una preocupante advertencia y es que están a apenas seis meses de ingresar a la Universidad.
La UNCuyo abrió una investigación para saber con precisión cómo ocurrió lo que se conoció por las redes sociales, pero reconozcámoslo: cuando se habla del bajísimo nivel de quienes acceden a los estudios superiores, ¿a alguien le sorprende que tengan tantos problemas de comprensión y adaptación?
La docente del estallido no hizo más que blanquear lo que sienten muchísimos docentes que trabajan con pasión, pese a los magros sueldos, los padres que miran para otro lado (o golpean, como el caso del director de Palmira) y los alumnos que creen que la vida pasa por Whatsapp, Facebook o Twitter.

(Diario UNO, 26 de junio de 2015)

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