Las dos caras de la moneda, en un mismo fin de semana. 
En Berlín, final de la Champions League entre dos potencias: Barcelona y la Juventus.
En Buenos Aires, fecha número 15 del torneo de Primera A, el alicaído Boca Juniors recibía al golpeado Newell’s de Rosario.
Dos partidos de fútbol, en dos continentes distintos. 
Hasta ahí, la información elemental para quien no estuvo muy atento a lo que ocurrió el sábado en Alemania y el domingo en la Argentina.
Ahora vayamos a lo diferencia sustancial entre ambos encuentros: el público.  
En el choque entre los españoles de Lionel Messi y los italianos de Carlos Tevez, lo que ocurrió en las tribunas fue una extensión de la fiesta que se vivió en el césped del Estadio Olímpico de Berlín. 
A pesar de la calidad que exhibieron ambos equipos y lo atractivo del juego, no es lo central del análisis. 
Sí lo es la actitud ejemplar de los hinchas europeos. 
Era envidiable observar cómo podían disfrutar del partido sin importar que el que estaba sentado a su lado tenía los colores del rival.
Esa energía tan especial se vivenciaba tanto en el campo de juego como en las gradas.
Hasta el festejo de los goles era otro singular ejemplo de civilidad.
Los jugadores se abrazaban muy cerca de los simpatizantes y celebraban cara a cara con ellos la máxima expresión de este deporte. 
Una imagen impensada para el controvertido fútbol argentino de hoy. 
Precisamente, la contracara de la liga de campeones se vio en la Bombonera. Boca Juniors todavía purgaba el castigo por la demencial agresión a los jugadores de River, en ocasión del partido revancha por la Copa Libertadores.
Fue una triste sensación ver a un club de la historia y los laureles de los Xeneizes jugar sin público. Mucho más si se tiene en cuenta que lo que se genera en ese estadio es considerado único en el mundo. Tan es así, que es habitual que los turistas quieran vivir en su paso por Buenos Aires la experiencia de ver un partido en la Bombonera.
Pero mientras no se termine con el negocio y la complicidad de barrabravas, policías, políticos y dirigentes, es imposible soñar con una fiesta dentro y fuera de una cancha como lo ocurrido en Berlín. 
Casi tan difícil como parar a Leo Messi en un día inspirado.

(Diario UNO, 9 de junio de 2015)

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