Salvo cuando la violencia en el fútbol se traduce en víctimas fatales, los continuos desmadres de los barrabravas no alcanzan la suficiente visibilidad como para dimensionar el real impacto de su paso arrasador.
Los protagonistas de ese auténtico submundo perviven allí por una aceitada red que los sostiene, aún cuando sea vox populi quiénes son los verdaderos reyes de la manada.
De esa maquinaria que se nutre de complicidades consolidadas en el tiempo, forman parte desde policías y dirigentes de los clubes hasta políticos e integrantes de la corporación judicial.
Es la única explicación de por qué los violentos han podido marcar la cancha del deporte más popular en el país y, salvos extrañísimas excepciones, seguir libres. 
Libres para pavonearse en las tribunas donde lideran una concepción del fútbol de la que la gran mayoría no comulga, pero en cambio padece.
Para un hincha verdadero, de esos que van donde van sus colores, no poder seguir a su equipo cuando juega de visitante es un contrasentido. Una proscripción incomprensible, injusta.
Sin embargo, fue la medida extrema que encontró la controvertida Asociación del Fútbol Argentino para ponerle coto a los violentos que toman las canchas como territorio apto para la droga y los negocios, menos para el disfrute de un deporte maravilloso.
No como una justificación, sino como una contextualización necesaria, hay que admitir que ante un crecimiento imparable del delito en la sociedad toda, lo esperable es un derrame que no excluye al mundo del fútbol.
Esos violentos no salen de la nada. Llegan de los mismos grupos y sectores que abonan la batalla perdida contra la inseguridad de del día a día.
Para los barrabravas no hay equipos grandes o chicos. Estadios importantes o menores. Su modus operandi no habrá de alterarse tengan enfrente 40 o 5.000 hinchas en pie de guerra.
Los clubes mendocinos que pugnan por ascender ofrecen instructivos capítulos de cómo el juego de ganar a toda costa se libra en las tribunas, no en la cancha como sería de esperar.
Tras el triunfo de Huracán Las Heras sobre Argentino de San José, a un jugador de éste último le mostraron un arma y le dijeron en clave mafiosa: “Mirá lo que le va a pasar a tu familia”. 
Esa noche debió dormir en otra casa. 
Como si nada hubiera pasado, mañana el amenazador no dudará en gritar el gol del amenazado. 

(Diario UNO, 3 de febrero de 2015)

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