Los sordos
, de Rodrigo Rey Rosa. Alfaguara. 2013. 232 pág.


Rodrigo Rey Rosa (Guatemala, 1958) integra ese lote generacional de escritores latinoamericanos que no son jóvenes pero cuyas obras ya se empiezan a imponer gracias a una escritura madura y personal. Entre ellos se podría mencionar casi al azar a Héctor Abad Faciolince, Santiago Roncagliolo, Edmundo Pérez Soldán y el argentino Carlos Domínguez.
Traductor y amigo de Paul Bowles, Rey Rosa es un trotamundos de esos que salen a embeberse de experiencias y aventuras para a la vuelta del camino poder contar mejor que nadie un relato con anclaje, tono y color propios de su tierra.
La realidad siempre agitada de un país pequeño como Guatemala es el marco propicio donde se desarrolla Los sordos. Una historia que en realidad son dos: la desaparición de un chiquito sordo quien vive al cuidado de su abuela, ambos oriundos de un pueblito paupérrimo y en lucha tenaz por la superviviencia. Y por otro lado, la sospechosa ausencia de Clara, hija de un poderoso empresario tan omnipresente como riguroso alma páter, enredada con un amante abogado y flojo de papeles y un fiel guardaespaldas que oficiará de ángel de la guarda.
Los caminos de ambos, el niño pobre y la chica rica, confluirán naturalmente porque el transfondo social así lo exige. 
Con una prosa clara y no exenta de ecos poéticos, el autor de La orilla africana y El material humano logra con Los sordos una metáfora de ese individualismo que es un sello de esta época donde prima más el ombligo que el cerebro o el corazón; una realidad de la que tampoco queda afuera la castigada Guatemala.
Clara lo traduce en una frase donde cuestiona a quienes quieren saber acerca de ella: "Son unos paranoicos. ¡Es ese país! Por eso tuve que escaparme...¿Están sordos?. ¡Están sordos todos! -gritó-".
Sordos -y ciegos- son, en definitiva, aquellos que no reparan en esos niños pobres, sin destino, como el pequeño Andrés. Y Ciego -y sordo- es el entorno de Clara que no repara en su tremenda soledad, pese a estar económicamente a salvo, pero no deja de ser una triste mujer adinerada. 
Es decir que la garantía no está en el dinero ni el confort. En un punto, Andrés y Clara son víctimas que, golpes de suerte mediante, podrán redimir sus destinos, siempre cuando alguien esté dispuesto a escuchar. Y a ver.

(En suplemento Escenario, Diario UNO, 8 de febrero de 2014)

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