Si hay algo que en medio de esta “dolarmanía” que sobrevuela a todo el país, saca a flote una de las peores características del argentino, eso es la avivada. 
Hay productos que, estén o no sus costos atados al vaivén de la divisa estadounidense, han aumentado en estos días sus precios en una proporción absurda. Y la razón en todos los casos es la misma: la culpa la tiene el dólar.
La especulación, tan cara al nuestro ser nacional, lleva a que en ese natural afán de no querer perder frente a la devaluación del peso y la imparable inflación, se inflen los precios “por las dudas”, al menos hasta que el panorama -suelen justificar- se aclare un poco.
¿Bajo que variable creíble y sensata el valor de un teléfono celular puede haberse disparado en apenas un día hasta $700 más caro?
¿O de golpe desaparecer de las góndolas de los supermercados artículos esenciales de la canasta básica, como aceite y azúcar?
¿ O que a unos cuantos locales céntricos al unísono decidan que es momento de aggionar sus vidrieras para de esa manera no exhibir los productos con sus respectivos precios? El cartelito de “en construcción” casi funcionó como una contraseña con esos clientes que nada tienen de ingenuos.  
A esta altura, hemos vivido tantas situaciones de tensión económica que no nos resulta extraño bailar a ese compás. Se diría que ya tenemos cintura para eso, incluso un desarrollado olfato de sobrevivientes que nos ayuda a estar siempre en alerta.
El problema es cuando por estar en guardia terminamos dando espacio a las avivadas, a esa típica picardía que va mucho más allá de evitar ponernos en guardia para que no nos lleve puestos la especulación económica de los que digitan el mercado mayor, el que realmente mueve la aguja. 
Desde el gobierno provincial se han motorizado operativos de inspección para detectar y multar en aquellos casos en que no se exhiban los precios. Sin embargo, habría que tener un inspector por comercio para evitar que se sigan desmadrando los números. Imposible.
Hasta que no se vuelvan a acomodar los mercados y se diluya un poco el efecto dólar, la incertidumbre y el ventajismo seguirán copando la parada. Ser parte de esa tendencia suicida es tan peligroso como no denunciarlo o no hacer algo para evitarlo. 

(Diario UNO, 29 de enero de 2014)

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