“No conozco a nadie/ y todos saben de mí/ pero es así/ porque siempre estoy en Fantasy/. Fantasy es un lugar/ del que nadie puede regresar”. Fantasy, Charly García.

El formato reality, estrujado a más no poder por el canibalismo televisivo, supo buscar otros cuellos donde anclar sus colmillos. Y los libros, generosos y abiertos como todo buen amigo, le dan cabida porque, después de todo, como dice Mirtha “el público siempre se renueva”. Las páginas, entonces, como un gran confesionario donde a mayor miseria, mayor impacto. En ventas, obviamente.
Los libros testimoniales no son un invento nuevo. Se habla aquí de otro tipo de testimonio, de aquel donde prima el uso efectista de la primera persona, sobre todo si esa persona es un actor conocido, un mediático en sus primeros y únicos quince minutos de fama, ese futbolista de botinera a sol y sombra, o el político que aún no cayó en desgracia.
El caso de los mineros chilenos que estuvieron 69 días bajo tierra y fueron rescatados “en vivo”, no sólo conmovió al mundo sino que a la par abrió un suculento filón comercial en todos los frentes. Algunos libros que dan cuenta de esa “historia universal de supervivencia” son “33 Hombres”, de Jonathan Franklin, periodista del diario The New York Times, y “Vivos bajo tierra”, del escritor chileno Manuel Pino Toro. Apenas dos de los primeros de una catarata que se avecina, especialmente de aquellos escritos -ghost writer mediante- por los verdaderos protagonistas del “milagro”.
Ya en la superficie, Elizabeth Gilber propone su mix de melodrama y autoayuda en “Comer, rezar, amar”. Ella nos cuenta que “después de un divorcio y un desengaño amoroso viajé a Italia e Indochina para reencontrarme conmigo misma”. Y tan bien le fue con su catarsis amorosa que no para de vender en Italia, Indochina, Kamchatka y sí, también Mendoza.
La real realidad suma páginas con “El otro lado de ‘Bailando por un sueño’”, de Mauro Fulco, donde relata “con humor e ironía todo lo que no se vio en pantalla”. O sea: la lucha por el rating, la facturación millonaria, las historias “reales” de los soñadores y hasta la estudiada metamorfosis en el look de Marcelo Tinelli. En versión más académica, Fernando Andacht profundiza el fenómeno con su investigación “El reality show: una perspectiva analítica de la televisión”.
Otro rubro contaminado por el efecto reality es el de la biografía. Si la cámara me acompaña, vemos que hasta el buenazo de Gandhi cayó -y no es chiste- en la placa roja de “Crónica” gracias a una biografía de Joseph Lelyveld, en la cual lo revela como xenófobo y hasta gay reprimido, según unas cartas que confirmarían su amor por un fisioterapeuta alemán.
Y en eso de reflejar el golpe bajo a escala planetaria, ya se esperan cual tsunami emotivos libros donde japoneses hasta entonces anónimos contarán con lujo de detalles cómo se salvaron milagrosamente del terremoto. O aquellos en los que testigos de la masacre de Río de Janeiro dan su estremecido testimonio de la tragedia.
A decir verdad, ni las historietas pueden sustraerse del realismo trash que cobijó la pantalla hasta que se le escapó del control remoto. El talentoso Horacio Altuna, creador junto a Carlos Trillo de míticas tiras como “El loco Chávez” y “Las puertitas del Sr. López”, regresó hace unos meses a la contratapa de Clarín con “Es lo que hay (reality)”, una saga porteña y familiar.
Para el autor, “se trata del primer reality de una familia hecho en historieta. Me da la posibilidad de que, cuando yo quiera, los personajes puedan dialogar con el lector directamente. Como hacen en los reality cuando los nominados se defienden y esas cosas. O inclusive hablar con el autor si están disconformes con las cosas que les pasan. Es un juego”. Como en Fantasy, donde todo es ilusión.

(Publicado en suplemento Cultura, Diario Los Andes, 16 de abril de 2011)

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