La recordada película argentina “Nueve reinas” mostraba cómo dos vivillos -Ricardo Darín y Gastón Pauls- utilizaban todo tipo de artilugios para sacar ventaja de cualquier situación y así poder vivir sin trabajar, siempre apuntando a dar el gran golpe que los sacara de pobres.
Había en su modus operandi un fuerte componente de esa picardía que se les suele adjudicar a los porteños pero que, seamos sinceros, es patrimonio de argentinos de los cuatro puntos cardinales y se plasma con sus más variados matices en el famoso “cuento del tío”.
Tan propio y cercano es este método delictivo que cuando se realizó la versión estadounidense de “Nueve reinas” -con John C. Reilly y Diego Luna, rebautizada “Criminal”- no tuvo el menor impacto porque aquella sociedad no se vio reflejada en ese par de estafadores y sus cancheros mecanismos para quedarse con lo ajeno.
Y no porque ellos sean la piedra de toque de los honestos ni nenes de pecho en eso de ir por izquierda. Recordemos por caso al sátrapa vip de Bernard Madoff, quien timó en igual proporción a ricos y famosos de la banca mundial. A la hora de estafar, se podría decir que ellos no se quedan con un vuelto si pueden ir por una gorda billetera.
Volviendo a este país donde los piolas no descansan en eso de pensar estrategias para no laburar, el recurso del “cuento del tío” sigue tan vigente como antes, aunque siempre se estén pergeñando nuevas variantes para atrapar “sobrinos” crédulos en su insaciable red.
Generalmente, las víctimas predilectas son los más débiles, en especial los ancianos. Su candidez y confianza en los demás, producto de una época ya superada en la cual creer en el otro era lo común y esperable, explica por qué aún hoy, con tanta inseguridad vox populi, sigan abriendo las puertas a cualquiera como si de amigos o familiares se tratara.
En las últimas semanas se repitieron hechos en los que varios abuelos no sólo fueron asaltados sino también salvajemente golpeados para llevarles desde dinero y electrodomésticos hasta joyas y recuerdos entrañables.
El detonante en todos los casos es la simple apelación a la confianza, ese talón de Aquiles de nuestros mayores: mencionar que se va de parte de un hijo es más que suficiente para que las puertas se abran sin incómodas preguntas. A veces basta el inocente pedido de un vaso de agua para que se les allane el camino a los cuenteros de turno.
Otra modalidad efectiva es aquella que arranca con un llamado telefónico a la casa de la persona mayor. El vivo en cuestión asegura ser del banco en donde cobra la jubilación y de paso aprovecha para averiguar si la víctima está sola y cuenta con dinero. El paso siguiente, como es de esperar, será acercarse hasta la vivienda del incauto con la tranquilidad de tener despejado el camino para obtener su fácil botín.
No es de extrañar que en la mayoría de estos hechos se trate de fuertes cifras ya que también en esto influyen las costumbres de nuestros viejos. Sea por desconfianza en los bancos o porque guardarlos bajo el colchón da cierta tranquilidad de contar con efectivo ante un problema de salud, ellos prefieren tener cerca sus ahorros.
Esto, que no es ningún secreto para los hijos ni para los chorros, es una pista demasiado tentadora para todo caco. Sin embargo, para que el golpe sea efectivo no son pocos los que se valen de la creatividad. Puesta al servicio del delito, ésta podría considerarse deudora de la literatura u otras artes. En estos casos, más que un cuento (del tío) lo que viven los ancianos es una película (de terror).

(Publicado en Diario Los Andes, 20 de abril de 2011)

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