A las denominadas profesiones de riesgo (policías, bomberos, conductores de ambulancias, mineros, rescatistas), habría que agregar la de docente. Sustenta esta propuesta nada descabellada las cada vez más frecuentes situaciones de violencia que deben sufrir quienes en tiempos no muy lejanos eran considerados una suerte de "segundos padres".
Ya no se trata sólo de una simple agresión, un mero apriete porque una nota no es del agrado del estudiante. Ahora es habitual que sean asaltados a metros de ingresar a la escuela o cuando se dirigen a tomar el micro. Tampoco quedan al margen de los más aberrantes abusos como reflejan con elocuencia las páginas de policiales.
Sin dudas el caso más emblemático es el de Claudia Oroná, la joven docente de 35 años que fue asesinada de un balazo en el barrio Tres Estrellas, de Godoy Cruz, en noviembre de 2004, cuando quisieron robarle el auto frente al jardincito donde daba clases.
Así como el fotógrafo José Luis Cabezas se convirtió en un símbolo de quien muere por escudriñar el lado oscuro del poder, la maestra mendocina también debería ser recordada como un estandarte de quien cae víctima de la alarmante inseguridad y la pérdida de todo código social.
El "No se olviden de Cabezas" quedó instalado en el inconsciente colectivo como una necesaria apelación a la memoria en un país caprichosamente desmemoriado. Pedir, instar, proponer "No se olviden de Oroná" es otra forma de hacerle justicia; especialmente hoy, una de las pocas fechas en que los maestros son el centro de atención por celebrar su merecido día.
Si hay una señal que confirma que culturalmente vamos de mal en peor es la degradación que viene sufriendo la figura del docente. Ese mismo que cuando nosotros éramos chicos los propios padres ponían en lo más alto, dando a la palabra del maestro el valor de sagrada frente a cualquier versión que diéramos en nuestra defensa.
Ni hablar de los sueldos paupérrimos que perciben ni de las condiciones en que suelen desempeñar su tarea, otras formas de violencia que quedan en segundo plano ante los atropellos delictivos de los que son víctimas actualmente.
Lo que en principio quiso ser -aprovechando la fecha exacta- una evocación a lo que me dejaron allá lejos y hace tiempo algunas de mis entrañables maestras, derivó inevitablemente en una reivindicación atemporal. No dudo de que la mejor manera de honrar a todos los docentes es poner en evidencia -una vez más- que se han convertido en un blanco móvil y que sin ellos el futuro se visualiza negro como un viejo pizarrón.

(Publicado en Diario Los Andes, 11 de setiembre de 2009)

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