Mirarse el… Es cada vez más frecuente, no sé si necesario, preguntarse si existe una literatura mendocina. Si por ello entendemos algo más que lo escrito por mendocinos -es decir, la irrupción de aspectos sociológicos, estéticos, geográficos, reconocibles como tales en poemas, cuentos y novelas- difícilmente dicha temática se manifieste con elocuencia. Especialmente en los años '80 y '90, lo global como escenario liberador para el escritor de provincia, le ganó la pulseada al costumbrismo, al ya entonces trillado “color local”. En esta década que ya expira, paradójicamente la globalización empujó a no pocos escritores a volver la mirada a la propia aldea. Ramón Mayo es uno de los que narra tomando lo “mendocino” como materia prima. En sus relatos cortos el agua es de El Carrizal, los locos del hospital El Sauce, el medio de transporte los micros, y buena parte de sus personajes, esos clientes o fantasmas que circulan día a día por la Galería Tonsa. Pero no por tomar elementos “autóctonos” quiere decir que Mayo no se permita ir más allá. En sus relatos urbanos (sic), un grupo de aspirantes a escritores puede servir de pantalla para una banda de hackers (“El ombligo púrpura”), una mujer esperar el colectivo en la parada del año 4050 (“Less than time”) o un loco pedir rastis en lugar de puchos (“La cifra más hermosa del mundo”). La prolija edición artesanal simboliza involuntariamente otro rasgo de mendocinidad: ante la falta de una industria cultural que canalice la producción local, válidas -y bienvenidas- son las opciones “caseras”.
Antes, durante, después.
A Corman McCarthy se lo considera uno de los eremitas de la narrativa norteamericana (Salinger y Pynchon completan el trío) por su bajísimo perfil y por concentrar la atención en su obra. Y su obra tiene la contundencia de títulos como “Meridiano de sangre” y la trilogía que conforman “Todos los hermosos caballos”, “En la frontera” y “Ciudades en la llanura”. El más reciente “No es país para viejos”, que alcanzó fama mundial por la laureada película de los hermanos Cohen (“Sin lugar para los débiles”), comparte con los libros anteriores la escenografía del sur de Estados Unidos y las pocas pulgas de sus habitantes. McCarthy, como esos sureños de armas tomar, cultiva un estilo seco, de escasas pero contundentes palabras, donde los gestos y las acciones dicen más. “La carretera” cuenta la conmovedora historia de un padre y su hijo intentando sobrevivir en un mundo que parece haber sido devastado por un ataque nuclear. Al mejor estilo “road movie” (no en vano ahora llega al cine con Vigo Mortensen como protagonista) juntos atravesarán innumerables situaciones de riesgo, con caníbales incluidos, llevando en un carrito de supermercado lo mínimo para enfrentar su apocalíptico derrotero. “No hay después. El después es esto”, es el leit motiv de este Pulitzer 2007.
En nombre del padre
. Ni el biógrafo mejor documentado podría, se supone, estar más informado que el propio hijo del biografiado. Así lo pensó Mariano Olmedo, quien a 21 años de la absurda muerte de su padre se animó a revisitar la memoria familiar para concebir “El Negro Olmedo, mi viejo”. Para emprender con éxito tan movilizadora empresa, tuvo a favor su oficio de guionista y el haber recibido del cómico el mandato informal de algún día escribir las anécdotas protagonizadas por el recordado “Rucucu”. Un libro que el autor define como "muy directo y visceral” y que seguramente servirá para conocer un poco más el perfil privado de este ícono del humor popular.

(Publicado en Diario Los Andes, 13 de setiembre de 2009)

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