Tal vez inspirado en memorables pilosas como Magdalena Ventura, Madame Truska, Annie Jones, Clementina Belait o Juliana Pastrana, o por qué no en la barbuda de Miguel Abuelo en su solista “Buen día, día”, el bajista Franco Fontanarrosa -rosarino y canalla como su padre- decidió que su proyecto musical llevara por nombre La Mujer Barbuda.
El cuarteto en cuestión se mueve en las turbulentas aguas de la fusión abrevando, según ellos, en fuentes tan dispares como The Police, Metheny, Spinetta, Los Beatles, Cerati, Génesis, Nine Inch Nails y Tool, entre muchos, entre cientos. Sin embargo, el alma pater del proyecto sale del paso y simplifica: lo de LMB es "rock instrumental".
Su reciente debut, “Música para escuchar cuando aparece un monstruo”, así lo confirma. Aunque bien se podría agregar que hay mucho de lúdico y experimental en el primer opus de esta ecléctica banda que se completa con Martín Pantyrer (saxos y clarinete), Sergio Alvarez (guitarra eléctrica) y Lulo Isod (batería y objetos).
Para la Rolling Stone, se trata de "una curiosa cruza de free jazz y rock pesado que transforma al debut de La Mujer Barbuda en un disco de vanguardia, atrapante y sorprendente". Tal cual.
Si alguien busca en LMB alguna conexión con el inolvidable Negro Fontanarrosa puede que la halle -caprichosamente- en los títulos de los temas, todos de autoría del vástago Franco. Valgan como botones de muestra "La venganza del plomero líquido", "Axel, el axolote", "Hipopótamo amarillo", "El plomero líquido ataca de nuevo", "Hombre gangoso", "Técnico superior en plásticos y elastómeros", y "El plomero líquido insiste".
Y puede que también algo de ese insinuado humor se cuele en cierta forma de frasear, de jugar con y desde la música.
La tapa, otro acierto de este primogénito sonoro, es obra de otro rosarino talentoso: Max Cachimba, un clásico de la Fierro y de cuanta publicación de cómic se edite en este país de historieta.
Advertencia: escucharlos no es tarea simple, aunque sí sumamente grata. No se trata de melodías de esas que se acomodan al oído con la docilidad de una canción de cuna. Hecha la salvedad, se recomienda sortear cualquier prejuicio y disfrutar de la singular experiencia. Algo así como besarla a ella a pesar de su intimidante bigote.

(Publicado en Diario Los Andes, 4 de enero de 2009)

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