El enemigo de los thirties, de Juan Arabia. Buenos Aires Poetry.

En tiempos en que la poesía argentina parece haber caído en las plácidas aguas del coloquialismo, donde prima el juego de palabras, la ironía y los guiños generacionales, se agradece que de tanto en tanto alguien nos recuerde ese anacronismo conocido como lirismo. 
Juan Arabia, porteño del ’83, es un fino lector de los clásicos y algo de ese influjo campea sin esfuerzo en su obra. No por casualidad tradujo y editó Nuevos versos y canciones de Arthur Rimbaud, además de difundir a través de su revista-web-editorial Buenos Aires Poetry los eslabones perdidos de la Generación Beat y de otros tantos autores que (le) dejaron huella, como Blake, Verlaine y Dylan Thomas.
En El enemigo de los thirties, que vio la luz en la exquisita colección Pippa Passes, tal vez sin pretenderlo da una síntesis de su poética al “develarle al hombre que aquello de lo que escapa/ no se encuentra en el camino… / Develarle que una poesía crea,/que una ley destruye,/y que lo único que permanece en la quietud es su mirada”.
Precisamente, en la mirada está la clave de su lírica. Y en esa contemplación voraz del viajero (nunca confundir con el turista de GPS), afloran ecos de aquellos beats incansablemente nómades, pero también del Whitman que debía escribir para conjurar el universo que lo desbordaba y así invertir ese proceso. 
“Soy el que mira al cielo y a la tierra”, dice este Walt 2.0 para finalmente desvelar su credo: “Estoy hecho de palabras, soy el que canta./ Estoy hecho de materia, soy que inventa./ No siento temor por la verdad:/soy el que vive, soy el poeta”.
Consciente de la trampa del creador creado, en El hombre de las suelas de viento postula: “…puedo matar a Dios escribiendo ‘ha muerto’/ sobre una silla”, pero no ceja en su intento y en El océano avaro admite “quiero escribir como el aire es en el mundo”.
Los Thirties Poets, como ilustra en un pie de página, era una corriente poética con fuerte contenido social y político, integrado por las plumas de Auden, Spender y MacNeice, que buscaba que la poesía reencontrara el público masivo de antaño. 
A ellos, este afable enemigo, el poeta que lanza botellas al mar virtual, les responde “tu propósito es olvidar/ una multitud entera de belleza./ Pero tus versos rugen, como encadenados”. Y que otra cosa es, en realidad, la poesía si no aquel aullido de Allen Ginsberg que nos confirma que “el silencio nunca es el mismo”.

(Diario UNO, suplemento Escenario, noviembre de 2015)