Argentinos por nada, de Ernesto Simón. Editorial  Wu Wei.

Desde San Juan, su aleph doméstico y universal, el periodista y escritor pone la lupa en los argentinos, esa suerte de categoría tan indefinible como fructífera a la hora de intentar narrarla.
El segundo trabajo de Ernesto Simón, Argentinos por nada, ratifica la senda iniciada con su primer libro, al que tituló 77 historias, donde luce cómodo en su rol de testigo y/o protagonista de situaciones cotidianas que, en el momento menos esperado, pueden dispararse hacia un estadio de locura, fantasía o mera ficción. 
Ya desde las primeras líneas nos advierte: “Esos muchachos eran argentinos por designio azaroso de la geografía. No tardé en comprender que terminarían mal”. Una precisa lectura de nuestro sino en el mundo, después de todo. 
De ahí en más, en el universo nacional y popular de Simón todo cabe: el exilio, Sui Generis, pizza, asado, Sarmiento, Menem, De la Rúa, la autoayuda, los Reyes Magos, el Flaco Spinetta, Los Beatles, Funes el memorioso y el rock & rock, y el blues, y un etcétera generoso como su imaginación.
Buena parte de esto ocurre en su Comala distópica, que no es otra que esa caja de sorpresas denominada Ñacuñán. Allí, las crónicas se suceden dando protagonismo a una serie de personajes entrañables, entre ellos Jack Freddy, Peter Patch y Juan Walfredo Pérez (alias Anarco Porro). 
Párrafo aparte amerita el relato Reparación histórica, donde cualquier similitud con la realidad sanjuanina y su histórico cacique no es mera casualidad ni fortuita alegoría.
Simón tiene a favor y en contra un afán irrefrenable por querer contar la vida, la historia, la noche y lo que dicta la calle. Una tarea tan titánica que de antemano presupone fracasar en el intento. 
Pero he aquí el punto: Simón ama a los fracasados y en más de una ocasión, en este o aquel cuento, terminará hábilmente camuflado con ellos bebiendo en algún bar de mala muerte.

(Diario UNO, suplemento Escenario, 3 de noviembre de 2015)