A 30 años de la guerra, los testimonios de sus protagonistas van llenando los agujeros negros de la historia oficial

A 30 años de la guerra, Malvinas sigue siendo un rompecabezas difícil de armar. Tan difícil como intentar justificar las razones de la contienda bélica o entender por qué algunos pudieron volver y otros tantos dejaron sus huesos en las islas.
La prueba de que es un tema que apasiona es que con el paso del tiempo más libros se escriben, más investigaciones revelan aspectos desconocidos o no debidamente profundizados en su momento e, incluso, los testimonios de los propios veteranos van iluminando zonas oscuras del aún cercano 1982. En otras palabras, empiezan a cobrar fuerte importancia los matices, ciertos detalles que resignifican contar una vez más la historia.
Cada ex combatiente que relata su experiencia agrega algo que le da al relato otro espesor, otra hondura. No es toda la verdad pero contribuye a acercarse a la ideal, a aquella que por lógica se sitúa en la vereda de enfrente de la historia oficial.
Quienes por nuestra tarea periodística hemos tenido la oportunidad en varias ocasiones de entrevistar a veteranos de Malvinas sentimos en algún momento que accedíamos a esa otra mirada, de hecho la buscábamos. No es tarea fácil transmitir en un papel cómo un rostro se transforma de pronto, al recordar a un compañero caído o cómo fue que se enteró de viajaba hacia una guerra, el miedo que sintió al silbarle las balas sobre su cabeza, ver a un compañero muerto a su lado o caer de rehén a manos de soldados súper profesionales.
Muchos de los verdaderos protagonistas de aquella batalla admiten haber encontrado un sentido a sus vidas difundiendo –más que contando– lo que pasó en esos pocos pero eternos 74 días. Si bien lo hacen desde su visión personal, con los años han delineado un discurso cada vez más sólido y con espíritu de cuerpo. Por ejemplo, el grueso de los veteranos de guerra reivindica la soberanía argentina sobre Malvinas, pero coincide en que la ansiada recuperación debe concretarse por el camino diplomático y no a través de una nueva instancia armada. Consideran fundamental hacer docencia acerca de la causa Malvinas despegándola del relato oficial, especialmente de la dictadura militar que fue la que en sus últimos estertores apeló a la recuperación de las islas para fortalecer un poder que venía perdiendo gradualmente. A través de las agrupaciones creadas tras el conflicto, no sólo se han dado un necesario espacio de contención sino que también desde allí trabajan para desterrar ciertos mitos de la guerra, legitimados por historiadores, periodistas o escritores, y a su vez para entender entre todos qué puede sacarse de positivo, si es que eso fuera posible, de una guerra.
Los testimonios de aquellos soldaditos, hoy estos curtidos hombres con canas, esposas, hijos y hasta nietos, siguen conmoviendo como el primer día. Nos hablan de la sinrazón de toda guerra pero a su vez nos revelan algo tan humano como el sentido de pertenencia, la lealtad patriótica, la solidaridad con el compañero en una situación límite y hasta la lucha por sobrevivir a cualquier precio.
Con el extraño impulso que dan las cifras redondas, pero sobre todo por los planteos formales de la Argentina ante la ONU y demás organismos internacionales, el respaldo de los países de la Unasur, y el simbólico pedido de los Premio Nobel de la Paz, el tema Malvinas vuelve merecidamente a la consideración pública, dejando atrás esa actitud culposa frente al tema y dándoles a sus protagonistas –no a los impulsores políticos de la guerra– una justa reivindicación ante la sociedad.
Al respecto, algunos definen a este proceso como “malvinización”, aunque tal vez lo más preciso sea hablar de un necesario ajuste de cuentas con la historia, la verdad y la memoria. Palabras, si se quiere, tan grandes como la guerra misma.

(En Diario UNO, 2 de abril de 2012)

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