Orgulloso difusor y defensor de la causa de las islas, Hugo Mancini afirma que la idea original no fue ir a una guerra sino recuperarlas para luego negociar. Aspira a reencontrarse en el más allá con los caídos en combate.

Aunque pasen los años y los protagonistas arriesguen teorías o argumenten sólidas razones históricas, siempre será complicado descifrar una guerra. Al menos para los argentinos, la contienda en Malvinas sigue siendo un tema de difícil digestión. Volver a aquellos 74 días de 1982 es hablar de esa marca que, treinta años después, aún no cicatriza del todo.
Lo peor, se sabe, es el olvido, y Hugo Mancini es de los que no olvidan. Mendocino nacido en Cacheuta hace 52 años, es uno de los sobrevivientes de aquella guerra y un orgulloso difusor y defensor de la “causa Malvinas”.
Tras el gesto adusto, la mano bien firme al saludar y ese traje gris del que penden merecidas condecoraciones, Hugo se revela como un tipo afable, predispuesto a hablar del tema el tiempo que sea necesario. En Malvinas integró la batería de artillería antiaérea, ocupando la primera línea defensiva en Puerto Argentino.
Hoy trabaja en el sector privado e integra la asociación que nuclea a los veteranos de guerra. Desde allí, cada vez que lo requieren, hace escuchar su voz autorizada.
-A 30 años de la contienda, ¿cuál es hoy su mirada sobre Malvinas?
–Considero que fue una gesta, más allá de discutir si fue o no necesario. Había que recuperar para el patrimonio nacional ese territorio usurpado. Para mí era una tarea más que me cabía como argentino, aunque algunos la tildaron de aventura. Es relativo eso de que algunos no sabían a qué iban. A todos desde la primaria nos enseñan que esas islas eran un territorio usurpado. Malvinas siempre fue una deuda pendiente a cobrar. Todos sabíamos a qué íbamos: a recuperar lo que era nuestro.
–Aún se cuestiona no haber apuntado a la vía diplomática para recuperarlas...
–La Argentina no tenía como objetivo final ir a una guerra. La estrategia era primero permanecer en Malvinas y de esa manera forzar a Gran Bretaña a una negociación definitiva. Hablamos de recuperación, porque realmente recuperamos algo que era nuestro. Por eso la orden era no provocarles bajas al enemigo a pesar de nuestras propias bajas. Había que tomarlos prisioneros y regresarlos a Gran Bretaña y así forzar una negociación. Pero ellos no querían negociar. Soportamos varios ataques, pero la Argentina no iba con la idea de combatir. Era recuperar para negociar.
–¿Los soldados tenían tan claro como lo plantea usted que se iba a negociar, no a buscar una guerra?
–No, en ese momento no. Simplemente nos limitábamos a cumplir las órdenes. Los análisis, las especulaciones, por ahí se daban en pequeños grupos. Si bien Gran Bretaña estaba atacando, al menos yo me imaginaba que las fuerzas argentinas esperaban una mejor oportunidad para responder. Estábamos expectantes por las propuestas de Belaúnde Terry y de Israel, por ver qué pasaba en el comité de descolonización de la ONU y en la OEA. También por las negociaciones del canciller Costa Méndez. Nos dábamos cuenta de que estábamos en un 50 y un 50 como para empezar a combatir. Ya con las primeras hostilidades veíamos posible que sí íbamos camino a una guerra.
–¿Qué sintió la primera vez que pisó las islas, desde el clima tan extremo comparado con el nuestro hasta el hecho conmocionante de encaminarse hacia una guerra?
–Cuando llegué a Malvinas lo hice en un segundo turno. Yo iba como parte de la artillería antiaérea y las hostilidades habían comenzado hacía algunas semanas. Cuando llegué eran días preliminares a lo que se llamó “el ataque final británico”, donde descargaron toda su artillería. Yo no estaba desacostumbrado a ese clima porque estaba destinado en Río Gallegos, donde hacía frío pero no era excesivamente húmedo como el de Malvinas. Allí lo hostil eran los fuertes vientos. Como militar, uno supone que alguna vez puede enfrentar una guerra. Lo más cercano había sido el conflicto con Chile. Habíamos estado a punto de tener un combate el 23 de diciembre del ‘78, a las 4 de la mañana. Nos habíamos preparado para tener un conflicto con Chile, pero jamás con Gran Bretaña. Era impensable.
–¿Cómo vive cada 2 de abril? ¿Es una fecha que con los años toma otra dimensión?
–Todos los años lo vivo de la misma manera y mientras más grande me pongo es como que va teniendo otro brillo. Me enorgullece haber sido parte de Malvinas. Así como cuando uno se acerca a la vejez y espera que al morir pueda encontrarse con los seres queridos que lo precedieron, yo espero encontrarme con aquellos que quedaron en las islas. Sería mi máxima aspiración.
–¿Y sus hijos cómo ven el tema Malvinas, teniendo a un padre protagonista?
–A los dos les apasiona, pero tienen una visión muy objetiva. Concurren a los actos, se comprometen. De grandes, cuando tuvieron la capacidad para analizar, abrazaron la causa por su cuenta no por influencia mía. Nunca los llevé a eso. Y jamás me preguntaron directamente cómo viví la guerra; lo que saben es por lo que se hablaba en casa, en charlas que di, o lo que escuchaban en los actos.
¿Por qué al cabo de estos años tantos veteranos se suicidaron? ¿Por qué cree que no pudieron procesar la guerra?
–Según nuestros registros, ya son más de 450 los que se suicidaron. El tema pasa por la contención. El 80% eran soldados. Ellos llegaron tras haber combatido en Malvinas y el Estado argentino lisamente y llanamente los olvidó. En el gobierno de Bignone se les dio la baja con todos los honores pero nada más. No hubo al menos una contención psicológica. Esa gente empezó a navegar en un mundo donde no podían convivir con los recuerdos, donde eran rechazados por la sociedad; eran “los locos de la guerra”. Algunos incluso no conseguían trabajo por ser ex combatientes. Propiciado por la Federación de Veteranos de Malvinas se realizó un estudio psicofísico a todos los ex combatientes del país. De ese estudio surgió el centro piloto en Lanús, adonde fueron a parar todos los estudios. Los especialistas llegaron a una conclusión: por el estrés postraumático, a partir de los diez años del conflicto, comenzaron a manifestarse tendencias suicidas o autoaniquilatorias.
–¿Y a usted qué cree que lo salvó? ¿Qué lo hizo tener otra visión de la vida?
–Dos cosas fundamentales: el apoyo de mi mujer y poder transmitir esa experiencia. A poco de finalizado el conflicto ya daba algunas charlas explicando lo que había vivido en Malvinas. Hablar de la experiencia lo libera a uno. Con el tiempo vino la reflexión de por qué algunos volvimos y otros no. Lo empezamos a tomar como que no era sólo una cuestión de destino sino una especie de misión: ser la voz de los caídos en Malvinas. Pero también en paralelo vino un proceso de desmalvinización; la propaganda nefasta de hacerle creer al pueblo de que Malvinas era el sueño de un borracho. Todo para obligar a los argentinos a no pensar Malvinas como una causa nacional.
Así como se dio alguna vez un proceso de “desmalvinización”, ¿vislumbra ahora una nueva “malvinización?
–Sólo el tiempo dirá si es creíble o no. Algunas medidas me parecen interesantes, por lo menos algunas presiones que el gobierno está haciendo. Últimamente se han abierto varios frentes. La ciudadanía, un poco para sorpresa nuestra, está bien comprometida. Quizás porque Malvinas es lo único honesto que está quedando en este país. El respaldo de los países latinoamericanos contribuye a que algo avance. Si este tema lo hubieran puesto sobre la mesa antes de las elecciones, hubiera dicho que había un interés electoral, pero no fue así.
Usted ha tenido encuentros cara a cara con veteranos de guerra ingleses. ¿Cómo se para uno en tiempos de paz frente a quien fue su enemigo?
–Nos mirábamos y era como que teníamos la misma vivencia. No los veíamos como amigos, sí como iguales porque habían cumplido órdenes igual que nosotros. Los hemos respetado porque han sido buenos enemigos. Ellos cumplían con su tarea y nosotros con la nuestra. Nuestro cruce de vidas en Malvinas fue totalmente circunstancial; no los vemos como personas despreciables. Sí vemos despreciables los actos de su gobierno.

(En suplemento especial "Malvinas, 30 años después", Diario UNO, 2 de abril de 2012)

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