Patear la pelota a la tribuna sigue siendo la única respuesta a las preguntas que esquiva el Gobierno.

Ya sabemos que la culpa siempre la tiene el otro. Y el otro, según la visión de este gobierno, siempre –o casi– son los medios. No es que tampoco estos sean un reducto de carmelitas descalzas, pero el recurso de patear constantemente la pelota hacia ese territorio ya va perdiendo efecto; algo así como contar el mismo chiste malo una y otra vez.
Es tan simple de constatar como cuando, por ejemplo, se publican los índices del INDEC y la primera respuesta que surge del ciudadano común es una media sonrisa socarrona y el inevitable comentario doñarrosesco: “Se nota que estos tipos nunca van al supermercado”. No es que ese hombre o esa mujer de a pie tenga razón, es que los medios “distorsionan”.
La realidad es demasiado contundente como para que los medios, o mejor dicho los que estamos en ellos, podamos vestir todo el tiempo a la mona de seda para que se vea lo bella que no es. No se desconoce aquí el influjo real de los medios de comunicación, pero atribuirles una efectividad del cien por ciento sería suponer un público acrítico, estúpido, llevado aviesamente de las narices.
Aunque se quisiera, ya no se puede fabricar a medida el diario de Irigoyen para que cada uno de los argentinos vea una realidad que no existe. Los méritos que puede acreditar este gobierno, que por otra parte son unos cuantos, se palpan en el día a día, se haga o no eco Clarín o los multipliquen los medios pro K. La aprobación del matrimonio igualitario o el reciente proyecto de divorcio “exprés” y de agilización de la adopción son muy buenos ejemplos de medidas tomadas desde el Ejecutivo nacional, que han cosechado una gran respuesta de parte de la sociedad. Y esto independientemente de cómo se difundió en los diarios, la radio o la televisión.
El Boudougate de hace unos días reflotó una vez más el Boca-River del gobierno versus el Grupo Clarín, aunque el reparto de palos volvió a extenderse “a los medios” (así, en general, sin distinción). Al vicepresidente Amado Boudou le allanaron un inmueble en Puerto Madero como parte de la investigación de la ex imprenta Ciccone. La metodología fue la correcta: un fiscal autorizó a un juez federal para que este ingresara en la vivienda en busca de alguna documentación que le permita determinar si el funcionario actuó o no en el marco de la ley. La reacción del número dos de Cristina fue al mejor estilo K: conferencia de prensa sin prensa. Monólogo para responder, una vez más y van…, al demoníaco Magnetto, desacreditar a quienes investigan y retirarse a las apuradas, cual diva de tevé, evitando preguntas incómodas.
A poco del revuelo, la ministra de Seguridad, Nilda Garré, salió a aclarar que mantiene la confianza en el vice y de paso, cañazo: aprovechó para afirmar que hubo una manipulación “de los medios” en relación a sus declaraciones sobre el juez Rafecas, quien encabeza la pesquisa acerca de Boudou. Vaya paradoja: esos mismos medios que, según la funcionaria, la manipulan, también le dan espacio para que los cuestione. Suena medio loco, pero quién dijo que este es un país de cuerdos.
Entre los blancos y negros de la realidad que refleja el intransigente cristal K, hay una amplísima gama de grises que pintan una realidad más creíble y bastante menos maniquea. Alcanza con abrir un poco más los ojos.

(En Diario UNO, 9 de abril de 2012)

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