Realities, concursos y Facebook son las vías más transitadas para alcanzar el objetivo. De talento, ni hablar.

Allá por los años ‘60, el polifacético artista estadounidense Andy Warhol postulaba que “en el futuro todo el mundo será famoso durante 15 minutos”. Hay que reconocerle que lo dijo mucho antes de que existieran esos bizarros especímenes conocidos como “mediáticos”, quienes parecen estar dispuestos a matar con tal de extender aquellos proféticos 15 minutos.
La mentada fama es un anzuelo que cada vez más personas (no hay aquí límite de edad, condición física ni capacidad para el ridículo) muerden a sabiendas de que probablemente se trate apenas de un efímero golpe de suerte.
Los realities suelen ser los mayores campos de cultivo para la gestación de estos inefables personajes. Salvo uno que otro/a con cierto talento para el baile o el canto, el resto oficia de claque en esa suerte de estudiantina televisada.
De allí que tantos se pregunten a quién puede importarle ver “en vivo” cómo desayunan, se bañan, almuerzan, juegan al pool o fuman un grupo de chicos y chicas que, casting mediante, acceden a esa generosa cantera de mediáticos. A Gran Hermano se le deben vedetongas, actores y actrices mediocres, conductores de cable y paremos de contar. De talento, ni hablar.
En la vereda de enfrente, el Soñando por bailar, de la factoría Tinelli, ofrece más carne que la pampa húmeda. Un festival de curvas y egos en el que para acceder al lado del mesías Marcelo todo vale: desde exponer el más variado catálogo de miserias personales hasta apelar a ese público cómplice que no duda en gastar una llamada telefónica para prorrogarles –al menos por una semana– su estadía en el reality de turno.
El mismo “modelo”, que se replica en concursos de canto, modelaje, destrezas físicas o gastronómicas, no es un fenómeno propio de la Argentina. A la par del desarrollo tecnológico, fundamentalmente de internet, ha ido creciendo
en proporción la cantidad de personas que muestran sus supuestos talentos. Y, también hay que reconocerlo, unos cuantos sí los tienen. Hay músicos, diseñadores, artistas plásticos, escritores, que “explotaron” a partir de colgar en la red sus creaciones. Pero al lado de los mediocres, el porcentaje sigue siendo ínfimo.
Sin filtro para el papelón, los émulos de Guido Süller pugnan por sus 15 minutos y, aunque sean sólo 5, ellos están preparados para lo que venga.
El caso del veinteañero que se sacó fotos dentro de la iglesia Sagrado Corazón en General Alvear bien podría incluirse en el mismo lote. El mecanismo es sencillo: sacarse fotos provocativas que, se sabe, escandalizarán la sensibilidad de los católicos, para luego colgarlas en Facebook. El próximo paso es de cajón: los medios, incluido el nuestro, no pueden dejar de hacerse eco de la conmoción que ha de provocar en los feligreses. La supuesta travesura es validada al ser respondida por el cura local y los medios, por eso de mirarse todo el tiempo sobre el hombro para ver qué hace su competencia, le asignan un lugar de privilegio al sacrílego de cabotaje. Después, el nabo en cuestión se pavoneará con sus amigos con un “viste cómo entraron: me publicaron en todos lados”.
Como no pudo o no supo medir la dimensión de lo hecho, fogoneado por un diario digital,
el “rebelde” amagó una disculpa apelando a su sufrido pasado y a su visión crítica de la institución católica. Miles hay que cuestionan distintos aspectos
de la religión, sin embargo, no lo expresan ofendiendo al que no piensa como ellos. Lo suyo no fue ni artístico ni revolucionario, le valió apenas para sus patéticos 15 minutos. Y no sólo a él. La amiga que también colgó en su muro de Facebook las fotos del escandalete dejó el siguiente comentario a raíz de su módica fama: “Voy a empezar a firmar autógrafos por un peso”.
Como decía mi tío: “Pa’ tonto no se estudia”.

(En Diario UNO, 12 de marzo de 2012)

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