Convencidos de que cocodrilo que se duerme es cartera, en la industria del libro deben apelar a diario a la imaginación para retener a toda costa a los pocos fieles lectores que parecen quedar en este mundo cada vez más punto com.
Fenómeno éste que tanto se le puede adjudicar al escaso apego a la lectura que muestran las nuevas generaciones, como también al imparable avance de los e-books (libros electrónicos) y demás alternativas que ofrece la tecnología para leer en otros soportes que no sean el viejo y querido papel.
Entre esas novedades, que mucho le deben al marketing y al olfato de los jóvenes tecnófilos, se encuentra el Book Trailer. Traducido a la lengua de Don Quijote, vendría a ser una versión literaria de las recordadas “colillas” del cine a las que hoy, si no queremos ser comparados con Enrique El Antiguo (recordado personaje de Guillermo Francella), deberemos llamar “trailers”.
Algunos aseguran que su inventor fue el italiano Jacopo De Michelis, de la editorial Marsilio, quien, cansado de escuchar que cada vez se lee menos, buscó una forma atractiva para llamar la atención de los perezosos y esquivos lectores.
Otros señalan que el primer book trailer fue presentado en 2003, en Los Ángeles, para difundir el libro Dark Symphony, de Christine Feehan. No tienen menos razón aquellos que sostienen que en la babélica web es muy difícil acreditar chapa de colonizador.
Sea quien fuere el dueño del huevo o la gallina, estas publicidades no tradicionales -que en promedio no duran mucho más de un minuto y medio- buscan el impacto promocional apelando a esa misma tecnología que día a día parece querer expulsar de nuestras manos al libro de formato tradicional.
A través de blogs, YouTube y sitios web de todo tipo, esta novedosa forma de conquistar lectores va ganando terreno a caballo de imágenes atractivas, recursos gráficos impactantes y fragmentos-anzuelo de esos textos que se nos ofrecen como si se tratara de la más tentadora película hollywoodense.
Después, si corremos a comprarlo a una librería real o lo hacemos con un cómodo clic en una virtual, ya es otro tema. Claramente habremos sido “víctimas” de la seducción publicitaria y, seguramente, no habrá sido la primera vez.
¿Quién no se clavó por ese puñado de minutos que le prometía un film de aquellos y después resultó un bodrio “de película”? ¿O con aquel disco que compramos porque escuchamos un solo tema y creímos ingenuamente que el resto sería igual de atractivo?
La cultura audiovisual podrá avanzar imparable, al punto de que a veces -como al niño del cuento de Galeano- nos haga sentir la necesidad de pedir ayuda para mirar. Lo que difícilmente logre será quitarnos esa intransferible emoción de sentirnos humildes actores de reparto en cada libro que elegimos o nos elige.

(Publicado en Diario Los Andes, 23 de abril de 2010)

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