Con la velocidad de estos tiempos, “lo último” dura lo que dura un balde de pochoclo viendo la penúltima de Harry Potter. Por eso a esta “Última poesía argentina” hay que tomarla como a cualquier antología; es decir, como un recorte temporal y estético que mañana nomás irá dejando paso a nuevos catálogos de productores de versos.
Gabriela Franco, Eduardo Mileo y Javier Cófreces, experimentados poetas los tres, tuvieron a su cargo la selección, edición y prólogo de un trabajo que buscó -aseguran ellos- ser lo más abarcativo posible en cuanto a estéticas y procedencia de los poetas.
Lo que quedó fue es el resultado de una amplia y generosa convocatoria que terminó plasmándose en una nueva publicación de la reputada Ediciones en Danza. El despegue, cuentan, consistió en marcar un primer corte: trabajar con poetas nacidos de 1977 en adelante.
Muchos de ellos ya habían publicado algún libro, algunas plaquetas, uno que otro blog. Los unía, los une, cierta urgencia por echar a andar su producción. El ambicioso sondeo abarcó libros, blogs, plaquetas, páginas de internet, revistas y antologías (“Felicidades también”, “Pulpa”, “Hotel Quequén”, “Monstruos”, entre tantas) extendiendo la convocatoria en un amplio rango geográfico que garantizara llegar de Ushuaia a La Quiaca.
El búmerang regresó con la respuesta afirmativa de unos 200 poetas de todo el país pero inevitablemente fueron apareciendo más y más plumíferos y el recuento final alcanzó los ¡300! Tras varios meses de concienzudas lecturas y relecturas, salieron a la cancha 32 jóvenes vates, entre ellos dos créditos mendocinos: Gonzalo Quevedo y Eugenia Segura.
“El recorrido que ofrece la selección final no pretende establecer una tendencia estética única o representativa sino, por el contrario, dar cuenta de la pluralidad y riqueza de las voces que están produciendo hoy poesía. En ese sentido nuestro objetivo es aportar la mayor visibilidad de la reciente producción”, aclara-justifica en el prólogo el trío de antólogos.
No se visualiza, en la mayoría de los elegidos, padres literarios claramente reconocibles. Por lo general, predomina una poesía del yo, una mirada ombliguista más bien carente de lirismo, por momentos oscura, nihilista, donde lo descriptivo opera como excusa para dar contexto al propio relato. El tono narrativo, con fuerte presencia de lo autobiográfico, está presente en buena parte de los poemas, de forma tal que el microrrelato sobrevuela no pocas páginas.
Obviamente, hay poéticas más maduras que otras (Martín Rodríguez, Gabriela Milone, Sebastián González, Carlos Godoy, Martín Carlomagno, Natalia Fortuny) e interesantes bosquejos de lo que vendrá.
Como ocurre con todas las antologías, sean de acá a la vuelta o de la lejana China, será el mismísimo tiempo con su sabio filtro quien dictamine cuáles de estos poetas repartidos en 242 páginas pasará el desafío del olvido.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 25 de abril de 2010)

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