El talentoso fotógrafo canadiense muestra a los animales y a los humanos compartiendo el mundo en igualdad, como si fueran hermanos, es uno de los propósitos de este fotógrafo canadiense que trabaja muy lejos de todo, incluso de internet.

“La relación con la naturaleza te brinda humildad: la naturaleza es un poema y nosotros somos tan pequeños que sólo representamos unas cuantas estrofas. Hace millones de años que la Tierra habla. Y yo quiero continuar ese diálogo con mi cámara...”. Así piensa, así se presenta el fotógrafo canadiense Gregory Colbert (Toronto, 1960), un artista singular que durante más una década viajó por amplias regiones de Asia, África y la Antártida para retratar la sutil interacción entre el hombre y los animales.
Como los artistas genuinos, Colbert se funde en su obra de tal manera de quedar en un cuidadoso segundo plano, expectante como un cazador oculto. Sus fotos delatan a un artista sensible, a un poeta (palabra devaluada si las hay) de la imagen. Según críticos y curadores, sus trabajos muestran una simbiosis única entre bestias y seres pensantes, “muestran lo absurdo de una civilización asentada en las tecnologías, que ha olvidado frecuentemente ese nexo sagrado entre hombre y naturaleza”.
El artista no sólo refleja, también filosofa: “Al eliminar la diversidad de la naturaleza estamos convirtiendo una orquesta en un tambor y empobreciendo nuestra propia especie para el resto de los tiempos”.
Su elogiada exposición Ashes and show (Nieve y cenizas), que le llevó dieciséis años de su vida, combina fotografía, películas, instalaciones y una novela epistolar. Son más de 50 fotos de gran formato, una película de 60 minutos y dos cortometrajes estilo haiku. En su periplo por numerosos países, la muestra ya ha sido vista por un millón y medio de personas.

El antes y el después
La historia se remonta a 1983. Por entonces Colbert se iniciaba en el cine elaborando documentales y cortos claramente apuntados a temas sociales. Fue en 1992 cuando expuso por primera vez su producción gráfica en Suiza y Japón, titulada Olas de tiempo.
Ese fue el año clave. Renunció a su trabajo cinematográfico para dedicarse de lleno, lejos de luces, ruidos y amigos, a filmar y fotografiar ese inefable vínculo entre niños, mujeres y hombres con cocodrilos, elefantes, cachalotes, manatíes, águilas, halcones, ibis, ballenas, jaguares y orangutanes. Y lo hizo en 27 expediciones a India, Ceilán, Tailandia, Egipto, Birmania, Dominica, Tonga y Azores. Siempre tomándose su tiempo para que los animales se acostumbren a su escrutadora presencia.

Lo que dice el silencio

“Mi bestiario expresa no sólo el mundo a través de los ojos humanos, sino también de los de los animales”, precisa el artista. Las imágenes de Colbert transmiten serenidad, resignifican el silencio buscando que el espectador perciba el mundo de otra manera. A tono, hace lo suyo sin celular ni reloj. Y mucho menos apela a internet. Sus fotos, asegura, no tienen retoques digitales. Tienen, agregamos nosotros, una sensibilidad poética ante la que es imposible permanecer indiferentes.

(Publicado en suplemento Señales, Diario UNO, 27 de junio de 2008)

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