"¿Me van a amar siempre así? ¿Incluso después de que me muera?". La pregunta fue lanzada por Spinetta durante la despedida de su concierto en una humorada que, en realidad, sintetizaba la poderosa conexión que existe entre el Flaco y su público. Un amor que apenas se sale de cauce con algún grito que el resto se encarga de sofocar a tiempo. Nadie quiere que esa singular ceremonia que entraña cada show de Luis Alberto se rompa para el clásico pedido de un viejo tema. La cosa es sencilla, es parte del código spinetteano: escuchar y sentir. Por eso, todo recital de Spinetta es siempre igual y siempre distinto.
La noche en el Gran Rex empezó a tomar vuelo con un set electroacústico (formato con el que tocó el año pasado en Rivadavia) donde su guitarra y los teclados de Claudio Cardone viajaron en el tiempo para recuperar el maravilloso Barro tal vez, emocionar con Plegaria para un niño dormido, sorprender con la lejana A Starosta el idiota (de Artaud), y permitirse un bellísimo cover de su hijo Dante (Prométeme paraíso).
Tras esa celebrada introducción, llegó el turno de mostrar a su nueva banda. Y para evitar las inevitables comparaciones, de movida Spinetta presentó a la guapa Nerina Nicotra en bajo y al baterista Cristian Judurcha explicando que después de muchos años ya no estaban con él dos monstruos como Javier Malosetti y Daniel Wirtz, pero que esta era otra etapa y que renovarse es vivir, tratando de sellar así un estéril parangón. Tan cierto como que Los Socios del Desierto era un virtuoso y ajustadísimo trío, esta etapa se sustenta más en los sutiles arreglos de Cardone y en una ajustada base donde Nicotra y Judurcha operan como un dócil reloj para el lucimiento de Luis.
La transición hacia el material casi completo de Para los árboles la marcó Viaje y epílogo (de la etapa Jade) y el eternamente inédita Luna nueva (mundo arjo). Como ocurre siempre que el Flaco edita nuevo material, su digestión no es inmediata y eso se notó claramente ya que un gran sector del público no asimiló en su totalidad exquisitas canciones como Sin abandono, Cisne, Ciénaga dorada, Vidamí y, especialmente, Dos murciélagos, temazo que de por sí justificaría la compra del disco.
Cierta frialdad (¿o deberíamos decir silencio devocional?) sólo se alteró hacia el final con un blues bien podrido, Yo miro tu amor (del último CD), el jazzeado clásico de Jade La herida de París, y, sobre todo, con Seguir viviendo sin tu amor, en una versión cuasi pop que fue cantada y disfrutada de pie. Allí, el caudal de afecto desbordó en su justa medida. Fue entonces cuando la pregunta de Luis tuvo su respuesta afirmativa, concluyente, incondicional.

(Publicado en Diario UNO, 23 de agosto de 2004)

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