Vamos avisando y ya se sabe que quien avisa no es traidor. Mal que le pese al “pecho frío” de Sebrelli (gran filósofo, se aclara) y a todos aquellos que no ven en el fútbol otra cosa que un montón de piernas peludas corriendo detrás de una pelota (y no una conjunción de creatividad, belleza y destreza física), Sudáfrica ya está a la vuelta de la esquina.
Para los que amamos este “pensamiento que se juega” (Kundera dixit), un Mundial es lo más parecido a ir a un parque de diversiones, con los bolsillos repletos de golosinas y tickets gratis para todos los juegos. No me hablen del opio de los pueblos o de que hay temas más importantes. Claro que los hay, pero no todo es impuesto al cheque, DNU, canje de deuda, Cristina vs. Cobos, Jaque vs. Racconto, etc., etc.
Valga un respiro por tantos sofocones. Y tiremos un centro a Eduardo Sacheri: “Hay quienes sostienen que el fútbol no tiene nada que ver con la vida del hombre, con sus cosas más esenciales. Desconozco cuánto sabe esa gente de la vida, pero de algo estoy seguro: no saben nada de fútbol”.
Mientras contamos como presos aplicados los días que faltan (¡39!), vamos haciendo cálculos para que una vez que llegue el ansiado junio podamos seguir paso a paso el desarrollo de la contienda deportiva de mayor repercusión planetaria sin tener que gambetear a lo Messi obligaciones laborales, escolares y hasta familiares.
El recordado Osvaldo Soriano sostenía que hay dos cosas que no se olvidan: la primera novia y el primer gol. Con la misma arbitrariedad, hacer memoria de cuál fue el primer Mundial que vimos, cómo festejamos tal o cual partido del ’78 o el ’86, qué jugador era el Maradona de entonces, son figuritas del pasado que solemos intercambiar religiosamente en cada previa mundialista.
Por estos días, uno siente que todas las publicidades futboleras están destinadas a nosotros. Los ojos se nos hacen agua con esos LCD que prometen goles vistos desde todos los ángulos posibles, jugadores nítidos como tocados con fotoshop, detalles sólo aptos para fanáticos.
Hasta somos capaces de subirnos al larguísimo tren de las cincuenta cuotas con tal de ver más grande y mejor al equipo del Diego. Pasión, sería la palabra. Misma pasión que nos hace pensar, ciegamente quizás, que algo se pierden aquellos que no disfrutan del fútbol.
La fiesta promete ser completa ya que nuestros hijos no nos pedirán faltar. Todo indica que las escuelas permitirán ver los partidos de la Selección en las aulas y, para que el jolgorio tenga un fin productivo, contarán con el Libro del Mundial. Según el Ministerio de Educación, “el trabajo fue preparado para que los docentes conviertan en un hecho pedagógico el Mundial de Fútbol”.
Suena pretencioso, pero tal vez así logremos que al menos sepan ubicar en el mapa dónde queda Johannesburgo. Y si además en clase se habla del apartheid, derechos humanos, cultura, historia, lengua, la propuesta cerrará como un penal bien pateado.
Dado que todos somos técnicos y sabemos más que el que arma el equipo, sólo restaría invocar a la mítica mano de Dios (científicamente demostrado que es argentino y gusta del asado) para que nos dé ese empujón necesario hacia la preciada copa. Futboleros o no, los argentinos nos merecemos una alegría.

(Publicado en Diario Los Andes, 2 de mayo de 2010)