Entre otros tantos efectos colaterales, la literatura suele generar amores extraños, odios asordinados, asociaciones lícitas o ilícitas, a punto tal de no quedarse aferrada sólo a los libros y así multiplicarse como los conejos de Tim Burton. La música, como siempre, se prende al juego de ver quién vampiriza a quién. Lo que sigue son tres ejemplos o tres estantes de una misma biblioteca sometida a un proceso de contaminación. Discos para leer o libros para escuchar, poco importa la diferencia. Vamos al play.
Remedio para melancólicos. Superando a insuperables nombres de bandas como “De qué vive Melero” o “Gay por Johnny Deep”, “Shh… This Is A Librery” (Silencio, Esto Es Una Biblioteca) es música atmosférica de la buena, un mix minimalista con dosis de lo-fi e indie-folk, ideal para cuando uno está frente a la computadora o lee un libro tirado en la cama. “Seabirds” o “Skyfish”, por caso, son de esos tracks ideales para dejarse ir con la misma impunidad con que volaríamos en un libro de Bradbury o William Gibson. Creado, conducido y ejecutado por un solo músico, Shh… es todo lo mucho que pueden dar la voz y las manos de Brent Wolczynski, auténtico hombre-orquesta de Nueva Jersey, del que seguro algún día leeremos algo -siempre callados, claro- en papel o en el sobrevaluado kindle. Mientras tanto, dejémonos encantar por esta música susurrada como un secreto.
Saudades de invierno
. Library Tapes es la traducción musical del sueco David Wenngren, un exquisito luthier sonoro que trabaja con esos ruidos (gotas, chispas, monedas, viento, crujidos, vinilos) que la música convencional rara vez se permite introducir, so pena de perder impacto comercial o no sonar lo suficientemente normal. A Sting, por caso, le llevó todo su último disco -”If On A Winter's Night”- para hacernos sentir los rigores del invierno. En cambio, cualquier tema de Library Tapes basta para añorar bufanda, estufa, café humeando, whisky espirituoso, la tibieza de otro cuerpo al lado. Miniaturas del campo y la ciudad con ecos de Erik Satie, cualquier fragmento de sus cuatro trabajos hasta la fecha (“A Summer Beneath The Trees”, “Höstluft”, “Feelings For Something Lost”, “Fragment”) nos sumergen en un hipnótico paisaje, donde la melancolía es sugerida en acordes mínimos, insistentes, que crean un clima propio de ese libro al que no queremos dejar de leer. La cámara lenta de la mano dando vuelta la página.
La rockola interior
. Con -buena- música de fondo, volvemos a la otra biblioteca. Sacamos “31 canciones”, del inglés Nick Hornby. El autor de “Alta fidelidad” habla de las páginas musicales que marcaron la banda sonora de su vida y de cómo el rock y el pop pueden conmovernos tan intensamente como en otros lejanos tiempos lo hicieran los Bach, los Beethoven, los Verdi. Canciones que sacan a la superficie los recuerdos de días luminosos y también aquellos de supurar penas de amor. El listado de Hornby lleva entre otras firmas las de Patti Smith, Bob Dylan, Teenage Fanclub, Van Morrison, Ian Dury, Led Zeppelin y Bruce Springsteen, cuyo tema “Thunder Road” le hizo pensar al volado Nick que algún día podría ser escritor. Canciones excelentes, buenas, malas, mediocres, entre las arbitrarias 31. Todas indiscutiblemente personales, como aquellas que cada lector lleva grabadas en su propio disco rígido emocional.

(Publicado en Diario Los Andes, 14 de marzo de 2010)

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