El periodista y escritor Reynado Sietecase se basó en crímenes reales para volcar en los diez cuentos de "Pendejos" una durísima síntesis de un país signado por la inseguridad. “Cuando un chico mata, lo primero que mata es su infancia”, asegura el rosarino.

Desde su lugar de periodista, pero también como ciudadano argentino que en cualquier momento puede ser noticia por la inseguridad, Reynaldo Sietecase convive a diario con la violencia. Si a esto le agregamos que es un apasionado lector de novelas policiales, no debería extrañarnos que esa combinación decantara en los diez poderosos cuentos de Pendejos.
“Los crímenes narrados en este libro tienen correspondencia con hechos reales. Sin embargo, todos los personajes, escenas, fechas y lugares pertenecen al mundo de la ficción”, advierte el coequiper de Jorge Lanata en la radio (y en su mítico Día D televisivo) y conductor de El lado salvaje por América 24.
De allí que cada cuento remita indefectiblemente a esos casos resonantes que tuvieron por un tiempo la pantalla caliente, pero que rápidamente son reemplazados por más violencia, más dolor y más sangre.
Aunque poeta de larga data, en Pendejos Sietecase llama las cosas por su nombre. Historias contadas con el cuchillo entre los dientes, sin ningún tipo de estetización ni metáforas. Al grano.
En un alto de su febril tarea periodística, el autor de Un crimen argentino habla de la cocina de Pendejos, ese espejo que duele.
-No es casual que desde tu lugar de periodista te nutrieras para escribir ficción, pero ¿cuál fue el hecho puntual que detonó el concepto del libro?
-Sobre el final de 2005 visitó el programa de radio de Jorge Lanata, donde trabajo, una especialista en seguridad. Entre otras cosas contó que en Argentina se había condenado a reclusión perpetua a una decena de menores de 18 años y que esto era una clara violación de la Convención de los Derechos del Niño. La idea era perturbadora: “Pibes condenados a prisión perpetua”, por lo que me decidí a buscar más información. Pensaba que podía hacer una serie de notas contando las historias de estos chicos, pero cuando me acerqué al tema comprendí que el formato no era la narración periodística, sino la ficción.
-Sabido tu amor por el género policial, ¿hubo algún autor o texto que te sirvió de modelo, directa o indirectamente, a la hora de escribir Pendejos?
-Desconozco si hay algún trabajo similar a Pendejos. El tema de los menores asesinos fue abordado por Fernando Vallejos en su gran novela La Virgen de los Sicarios y sé que hay varios libros de brasileños que hablan de lo mismo. Yo encuentro alguna referencia en Babel, una película que vi después de que el libro se publicó. Allí hay un cruce muy interesante entre la violencia y los niños.
-Hablame de cómo surgió el título del libro. Es interesante porque dice y no dice demasiado. Más bien, sugiere.
-Según su origen latino, pectiniculus, remite a los pelos que nacen en el pubis. Pero además es una palabra polisémica. En el reciente Congreso de la Lengua Española fue elegida por los escritores como una de las palabras que hay que “rescatar”. A algunos amigos les sonaba despectivo. A otros les parecía un riesgo innecesario porque podría prestarse a confusión. Para mí era un título perfecto para estos cuentos. Un pendejo es algo pequeño, insignificante, un pelito que nace en un lugar que habitualmente ocultamos. Mis relatos hablan de pendejos que matan, roban y se drogan. De pendejos que son víctimas y victimarios. Hablan de los pendejos que no queremos ver.
-Uno de los aspectos más logrados del libro es no haber caído en una mirada apologética de los pibes violentos, pero tampoco en una condenatoria. ¿Cómo hiciste para narrar sin tomar partido?
-Cuando decidí escribir Pendejos me impuse dos desafíos: primero, como artefacto literario no debía imponer mi visión personal sobre el tema. No quería moralizar. La intención del libro, como en toda buena literatura, es entretener. Y mis narraciones por más crueles que sean, buscan lo mismo: atrapar al lector bajo la premisa de cualquier policial; obligarlo a llegar hasta el final. Después de la lectura, si el libro moviliza el debate sobre qué hace esta sociedad con los chicos que cometen hechos violentos, bienvenido sea. Y además, me impuse un desafío literario, que cada cuento fuese diferente. Por eso cada relato tiene distintos narradores.
-Cada caso, cada historia que contás, habla de alguna manera de lo que es este país. ¿Se puede decir que la violencia es la metáfora que mejor define a la Argentina, no sólo a la actual?
-Argentina es un país violento y la literatura lo refleja. No es casual que nuestro libro fundacional sea El Matadero. Por mi parte, no me canso de afirmar que una sociedad también puede definirse por sus crímenes. En mi novela Un crimen argentino un delincuente secuestraba a un empresario y después de asesinarlo, hacía desaparecer el cuerpo disolviéndolo en ácido sulfúrico. La desaparición de los cuerpos marca la historia de este país desde la época de la colonia hasta los crímenes de la última dictadura. En cuanto a la literatura soy un adicto a las historias policiales, como lector primero y como autor después. El policial es un género que funciona como una caja china y por eso me interesa particularmente. La novela negra norteamericana, la inglesa de enigma, el nuevo policial europeo y los relatos argentinos sin detectives cuentan una historia central y, a la vez, revelan los claroscuros de una comunidad determinada. Cómo funciona la Policía, qué pasa con la Justicia y cómo opera el poder económico, por ejemplo. Siempre hay más de un nivel de lectura.
-¿No percibís en los medios, especialmente en la TV, como una banalización de la violencia; casi un hecho estético al que se vacía de contenido?
-Se banaliza por la reiteración sensacionalista. Hay montajes, puestas en escena, teatralizaciones. La inseguridad existe y es una preocupación legítima de la sociedad. Pero también existe la utilización de la violencia y el miedo al servicio del rating y, en otras ocasiones, con motivos políticos. La lucha contra la inseguridad debería ser una cuestión preideológica. La sufren por igual ciudadanos de derecha o de izquierda, pero hay quienes logran manipularla en función de sus intereses.
-Quien conoce tu poesía sabe que tenés mucho humor. ¿La narrativa vendría a mostrar ese lado oscuro que todos tenemos?
-No lo sé. Es como si convivieran en mí la bella y la bestia. Escribo poesía desde los catorce años; tengo seis libros publicados. El policial siempre fue una de mis lecturas preferidas, en especial la novela negra norteamericana. Tal vez por mi oficio de periodista, también como escritor elegí el policial. La violencia está en el centro de mi interés literario.
-De toda experiencia periodística, literaria, o de la vida misma, uno aprende, saca conclusiones. ¿Qué lección te dejó tu incursión por el salvaje mundo de los pibes violentos?
-Comprendí que la violencia tiene orígenes diversos. De los diez relatos de mi libro, hay cuatro que narran crímenes cometidos por chicos de clase media o alta. Lo que sí es innegable es que existe una conexión directa entre pobreza y delito. De los 2.500 menores que el Estado acepta como detenidos, el ciento por ciento son pibes marginales. También terminé de confirmar la injusticia del sistema penal argentino. Si un chico de clase media o alta delinque, con buenos abogados y asistencia casi nunca va preso. Seguro es declarado inimputable y termina con tratamiento psiquiátrico. Los pobres terminan encerrados o muertos. Es clave que el Congreso apruebe alguno de los muchos proyectos que tienen cajoneados sobre la creación de un sistema penal para menores.
-El diagnóstico de que la juventud es violenta es claro. Pero como periodista, ¿qué creés que está fallando en los organismos estatales que trabajan con ellos y en la sociedad misma, que vive aterrorizada por la falta de seguridad?
-Cuando un chico mata, lo primero que ha muerto es su infancia. Un chico con un arma ya no es un chico. Cuando un chico mata es que falló el Estado, la sociedad y la familia. Los que piden mano dura deberían comprender que esto aporta muy poco para la solución de la inseguridad. En el caso de los menores que cometen delitos hay que avanzar sobre las causas. Sólo en Buenos Aires hay un millón de menores de 21 años que no estudian ni trabajan. Algunos barrios, gracias a la droga y a la complicidad policial, son fábricas de delincuentes. Para muchos la única solución es encerrar a los pibes o eliminarlos. Un sociedad desigual no puede ser una sociedad segura. Y esto no implica que los menores que delinquen no sean castigados. El tema es cómo.
-Por las características de Pendejos, perfectamente da para continuar una saga. ¿Lo tenés previsto?
-No, incluso podría haber escrito seis cuentos más pero me parecía demasiado. Siento, como decía Borges, que este tema me eligió a mí y no al revés. Ahora ya está.

(Publicado en suplemento Señales, Diario UNO, y en suplemento Debates, La Mañana de Córdoba, abril de 2007)

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