Tras su lectura, Diario de un mal año deja una sensación de cierta extrañeza. El nobel 2003 J.M. Coetzee continúa, sobre todo en sus últimos trabajos, vampirizando a sus personajes para reflejar su desencanto ante un mundo que se ensaña con los animales, que cuestiona la moral de lo que no entiende y que no se preocupa en escudriñar las relaciones humanas desde un lugar más profundo, más sabio. Por eso la voz del narrador siempre es un ojo que mira más allá, que se hunde en el pozo ciego de los personajes, en un tono, a veces, molestamente esclarecido.
En Diario de un mal año, un reconocido escritor australiano es convocado para hacer su aporte en Opiniones contundentes, un volumen de ensayos que le abren la puerta a Coetzee para abordar un abanico de temas tan amplio que va desde Al Qaeda, la figura de Maquiavelo, las universidades, la izquierda y la derecha, la música, el diseño inteligente, las disculpas, la razzia, Harold Pinter, hasta la gripe aviar (¡!).
Este trabajo por encargo le sirve de excusa al maduro autor de la novela (obvio alter ego del autor de Foe) para contratar los servicios de Anya, una bella joven que le dispara tantas reflexiones sobre el amor, las relaciones humanas y el cuerpo-imán como emociones que hábilmente irá camuflando en sus distintos textos.
En el medio, parte fundamental de un triángulo que no es tal, aparecerá Alan, el novio de Anya, quien también opinará de todo y de todos. Tal vez aquí es donde la novela de Coetzee pierde fuerza y empatía con el lector debido al exceso de visiones, teorías y opiniones.
Cada personaje más que vivir una vida como cualquier otra pareciera entregado a la reflexión constante sobre sus pasos y obligado a dejar tras de sí una enseñanza para la posteridad. Algo que si bien estaba presente en Elizabeth Costello no dejaba esa pesada sensación de que todos somos filósofos en potencia o su triste contracara: meros observadores de cómo fluye la existencia propia o ajena.
Se extraña aquí al Coetzee de Desgracia, Infancia o La edad de hierro, la hondura de las historias, la fuerza de una buena trama.
Aunque la contratapa sostenga pomposamente que el escritor sudafricano "construye un atlas de las miserias (pero también de la dignidad) del alma humana", en las páginas el cerebro les gana claramente la pulseada a las emociones por lo inabarcable del objetivo.
El campo que pretende abordar Coetzee es tan vasto como la vida misma y para eso, se sabe, no alcanza ni una, ni dos, ni mil novelas.

(Publicado en suplemento Escenario,
Diario UNO, 16 de marzo de 2008)

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