Sensación agridulce la que vivimos por estos días en los medios. Por un lado, casi el piloto automático de seguir paso a paso las distintas alternativas de nuestra inefable Fiesta de la Vendimia, con su siempre equilibrada cuota de frivolidad y tradición.
Por el otro, reflejar minuciosamente el drama de Chile, con la sensación de que todo el tiempo huelgan las palabras porque lo que dicen las fotos son de una elocuencia tal que uno no puede menos que lamentarlo de corazón y después agradecer que de este lado del Aconcagua todo haya quedado en un susto. Grande, pero susto al fin.
No hay mejor palabra para definir lo que muchos mendocinos sienten en este momento que empatía, ese “sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra” (Real Academia dixit).
Ser capaz de ponerse en la situación de los demás es, sobre todo en este caso, algo bastante entendible: también vivimos a la vera de la cordillera de los Andes y más de una vez hemos padecido terremotos fatales. Sabemos lo que es perder vidas y hogares en un segundo. Lo que es esa intransferible sensación que nos invade cuando la tierra se mueve bajo los pies y no sabemos en qué desembocará en apenas un pestañeo.
Está en nuestra naturaleza que ante catástrofes como el terremoto que padeció Chile hace unos días, lo mejor y lo peor del ser humano salgan a flote como caras de una misma moneda. Imágenes de saqueos, donde el que busca leche para sus hijos se atropella con el que corre con un LCD que no tendrá dónde enchufar, se superponen con aviones de varios países (entre ellos, Argentina) que pisan suelo trasandino atiborrados de agua potable, alimentos y ropa, o contingentes de bomberos y rescatistas que van al epicentro del desastre dispuestos a hacer el peor trabajo sin medir riesgos con tal de colaborar para que la vida vuelva a transitar dificultosamente los carriles de la normalidad.
Mientras, acá nomás, las reinas -nuestras soberanas sin alcurnia- deben calzarse su mejor sonrisa y poner un poco de alegría a tanto drama, a tanto ping pong Cristina-Oposición, a tanta chicana eleccionaria en Capital, a tanto malhumorado conductor quejándose por las calles cortadas.
Sin quererlo, por cierto sin buscarlo, todo lo que genera el fenómeno vendimial este año cuenta con un componente extra: ser una suerte de contracara de lo que está pasando en los pagos de Neruda.
Algo así como la vida -el show- debe continuar. Lo paradójico es que muchos mendocinos, muchos de los que estarán en la Vía Blanca, el Carrusel o disfrutando en el Frank Romero Day, son los mismos que donaron agua o ropa, depositaron algún peso o dedicaron una simple oración por tantos hermanos caídos. Las dos caras. La comedia y el drama apenas separados por la imponente montaña.

(Publicado en Diario Los Andes, 4 de marzo de 2010)

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