Por si no lo sabían, el fin de año no es sólo esa fecha en la que hay que comer como caníbales o beber como cosacos. También es el punto de inflexión, el alto en el camino propicio para balances, listas, repasos.
José Luis Pardo, histórico crítico literario de El País de Madrid, sostiene que “no hay cosa más tonta que una lista. No sólo por la parcialidad que se presupone (nadie leyó todos los libros del año). Las únicas listas justificadas –a pesar de su obscenidad– son las de ‘los más vendidos’…”.
Podría decirse a favor de esta costumbre de rescatar un puñado de títulos que a ciertos lectores les sirven de guía para no perderse en ese mar de páginas para el que nunca hay salvavidas suficientes.
Así que resistiendo la tentación de citar éste o aquel título, vaya como confesión de parte que tal tarea no será posible. Quien esto escribe, como también la mayoría de los colegas, no sólo lee las “novedades”.
Por lo general, los lectores, los buenos lectores, son caóticos, no tienen un plan de lectura. Uno puede leer un clásico que se debía, releer ese libro que lo marcó en la adolescencia, opinar sobre el inédito de un amigo o tentarse con “el último de”, pero no va todo el tiempo detrás de la tinta fresca.
Por lo tanto, en esta ocasión, este escriba se reserva el derecho de opinión. El trabajo sucio (o limpio) deberá hacerlo otro.

(En suplemento Escenario, Diario UNO, 31 de diciembre de 2011)

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