Testigo fiel de una época, en lo personal y lo profesional, arañando el olvido el caset cumple 50 años.

P
ara muchos, que el caset (o cassette, o casete, como gusten) cumpla cincuenta años tal vez les suene como un simpático aniversario más, un número redondo que amerita el previsible recordatorio. En cambio, para los que comenzamos en este oficio grabando nuestros primeros reportajes en casets tiene un sabor distinto, en gran medida porque la banda de sonido de nuestra adolescencia tuvo como “soporte” ese pequeño rectángulo plástico con una cinta adentro.
El cassette (en francés, “caja pequeña”), que fue creado por Philips en 1962 y lanzado al mercado un año después, dejó oír su canto de cisne a fines de los ’80.
En ese antecesor del hoy ya casi superado CD, no sólo podíamos escuchar música como en los viejos vinilos sino también grabarla. Nos valíamos del sencillo rec para eternizar lo que emitían las primeras FM o, utilizando un precario sistema (dos fichas unidas por un cable) copiar en un TDK ese caset comprado en la disquería. Nacía la más simple forma de piratería que encontraría su apogeo en esta frenética era digital.
Esa forma de compilar música, tenía tanto de casero que hasta habíamos desarrollado un método bien argento, otra sutil variación del “lo atamo’ con alambre”. Por ejemplo, cuando se dañaba la cinta, bastaba con sacar cinco tornillitos, localizar el lugar donde se había cortado o enganchado, se recortaba con una hoja de afeitar el menor fragmento posible, luego se pegaban ambas puntas con cintex y los bordes sobrantes eran eliminados. Lógicamente, de ahí en más cada vez que escucháramos esa canción habría un molesto silencio producto del arreglo fatto in casa. El rebobinado manual, otra técnica artesanal, podía hacerse fácilmente con la Bic. Por su encaje perfecto, esa birome parecía haber sido concebida más para ese fin que para el de escribir.
A diferencia de los discos que escuchaban nuestros hermanos, que “sólo” permitían oír música, a nosotros el caset “virgen” nos abría con sus mágicos play y rec la posibilidad de grabar, además de las canciones, lo que quisiéramos: las desafinadas notas que recién aprendíamos en la viola, los programas de radio que queríamos volver a escuchar, las filosóficas charlas con amigos, las primeras palabras de un sobrino. De hecho, por ahí andan viejos casets con los balbuceos de mis hijos y sus deformes covers de Charly o Fito (piezas de museo que en caso de ser halladas por ellos serán, intuyo, inmediatamente destruidas).
Pasando al terreno profesional, la grabación en caset requería siempre de un par de tips claves: revisar que el grabador tuviera pilas –con carga–, que el caset rodara normalmente (lo más baratos solían frenarse, algo de lo que uno se percataba siempre tarde) y, sobre todo, que no contuviera un reportaje previo que fuéramos a grabar encima. Esto último era muy frecuente, y para tal burrada nunca había retorno. Dudo que haya colega de mi generación que no haya padecido el Síndrome del Caset que No Anduvo (SCNA). En lo particular, recuerdo, un reportaje a Norma Aleandro que debí reconstruir con apuntes, memoria e intuición ante el caset que se taró sin razón aparente.
Un gran salto a la modernidad lo constituyó en su momento el minigrabador con minicaset. A pesar de la indiscutible economía de espacio, no logró el arraigo del caset “mayor”. Al poco tiempo, llegaron los grabadores digitales y un nuevo mundo volvía a abrirse en materia de herramientas para este oficio. Dos puntas de un mismo lazo que pueden sintetizar el periplo tecnológico: aquella foto donde un jovencísimo Manuel de Paz interrogaba a un funcionario de gobierno con un grabador tamaño mesa de luz y una de los últimos días, donde una periodista en sus primeros pasos con un minúsculo MP3 capta los dichos de Paco Pérez. Por nostalgia, ínfulas de museólogo ad hoc o simplemente por afecto, aún atesoro gran número de casets. En ellos permanecen ecos de mi adolescencia, ídolos que dejaron de serlo, hijos soltando sus lenguas y ciertas voces que me niego a perder (Dolina, Fontanarrosa, Quino, etc).
Como esos libros que se releen al ser redescubiertos en una mudanza, también a los casets les llegará ese día. Grábenlo. Stop.

(En Diario UNO, 9 de enero de 2012)

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