De tanto repetirlo casi goebelianamente terminamos creyéndolo cierto: los jóvenes no leen, los jóvenes no escriben, los jóvenes están todo el día con la compu, el celu y el mp3.
Lo cierto es que no es cierto. A ver, tampoco es que ahora “todos” hagan lo contrario y estemos frente a una sorprendente revolución cultural, pero es justo mostrar, destacar, poner en valor muchas de las experiencias que tienen a chicos no tan chicos como protagonistas y que, sin embargo, no son debidamente destacadas.
Si alguien se tomara el trabajo de sumergirse en el inabarcable mundo de internet se toparía con innumerables páginas diseñadas, escritas, ilustradas, comentadas por ese segmento tan codiciado por cuanta publicidad se conciba en cualquier punto del planeta.
Cuentos, poemas, microrrelatos, fotos, ilustraciones, comics, canciones, pueblan miles de páginas web y especialmente blogs. Aunque estos últimos estén en baja en la vertiginosa carrera de opciones que ofrece la tecnología de hoy, siguen postulándose como generosos espacios para compartir gratuitamente el arte de muchos jóvenes que de otra forma permanecerían injustamente anónimos.
Ni siquiera se trata de hablar de parámetros de calidad. Lo importante, lo verdaderamente importante, es cómo ellos mismos van abriendo todo el tiempo sus propias puertas y ventanas para decir lo que piensan, lo que sienten. Y lo hacen en gran medida con las “clásicas” herramientas que les brinda la literatura, la plástica, la música, la fotografía, las artes en general.
Detrás de estas experiencias, que no se limitan a lo virtual (aunque sea su principal vía comunicacional), hay grandes cuotas de ese apasionamiento que en otras épocas se solía canalizar hacia la militancia política.
Con creatividad y escaso dinero, publican libros en ediciones caseras, arman muestras multidisciplinarias, crean sus propios sellos discográficos. No esperan el santo y seña de nadie para hacerse ver y oír. Ejemplos sobran, sólo hay que sortear los prejuicios y buscarlos: les aseguro que es una experiencia maravillosa que derribará no pocos preconceptos acerca de esos chicos no tan chicos.
Si el recorte de la realidad de la juventud pasa por ver los horrores ortográficos de los participantes de “Gran Hermano”, y sí, sería para amargarse y pensar que la situación es más tremenda de lo que creíamos.
No hay que a negar ni el empobrecimiento del vocabulario y de la ortografía (que ya alarma desde la primaria misma); un estado de situación que se viene agravando en los últimos años.
Lo que hay que decir es que la contraparte, la otra mitad (o más) que no vemos, existe y es lo suficientemente valiosa como para que lo destaquemos. Mínimo gesto para no seguir alimentado la frase hecha de que “cada vez estamos peor”.
Lo vamos a estar, claro, si los adultos nos limitamos al triste rol de sesgados espectadores, como esos viejos en la plaza que critican para afuera las polleras cortas pero por dentro añoran las bellas piernas que disfrutaron en su lejana juventud.

(Publicado en Diario Los Andes, 27 de marzo de 2011)