Por Paula Seufferheld


Tupé es el quinto poemario de Rubén Valle. El poeta, narrador y periodista lo acaba de publicar en Libros de Piedra Infinita y esto representa para el sello el mejor modo de festejar sus 8 años de vida. El volumen será presentado hoy a las 18 en la Feria del Libro de Mendoza (ver aparte). El cuidado diseño del libro estuvo a cargo de Fabiola Prulletti y se publicó con el financiamiento de la Municipalidad de Rivadavia.
Hablar con Valle era una cita ineludible. Si bien el motivo de la entrevista era conocer el revés de Tupé, el diálogo se bifurcó por senderos donde el escritor reflexionó sus procesos creativos y la actualidad de la poesía mendocina.
–En contratapa del libro decís: “Cada libro supone el desesperado intento por registrar el estado de una obsesión”, ¿qué obsesión nueva intentás registrar en Tupé?
–Me interesaba poner en acción ese “derecho de autor” que se arroga el poeta para jugar a ser una suerte de Dios pero al revés: deconstruir lo que se ve para darle una nueva arquitectura, un nuevo destino. Suena pretencioso, pero como dice el epígrafe inicial: “El maestro dijo ‘Escribe lo que ves’/ ‘Pero lo que veo no me emociona’./ El maestro respondió ‘Cambia lo que ves’”. Es el eje de Tupé.
Tupé tiene versos de largo aliento donde la afirmación, a veces con fuerza de sentencia, está más presente que en tus otros libros de poemas, ¿a qué certezas ha llegado el poeta?
–Por suerte no he llegado a ninguna certeza. Los interrogantes, los finales abiertos, los mundos a descubrir siguen siendo la principal razón para no dejar de escribir. Encontrar respuestas significa cerrarse puertas, al menos en el hecho creativo. Es cierto que algunos poemas tienen ese tono casi imperativo, pero tiene más que ver con recuperar cierto dramatismo, cierto nervio, que veo que la poesía está perdiendo en ese afán de realismo que en muchos casos la convierte en un relato descriptivo del propio yo y su circunstancia.
–El último poema, Arriba, es un homenaje a Fernando Lorenzo, ¿cómo influyó él en tu escritura?
–Para muchos escritores de mi generación, Fernando es un referente más de una ética de la poesía que de una estética determinada. Nos enseñó con su ejemplo, y con lo que escribía, que no hay que hacer concesiones ante los mediocres y los estúpidos; que siempre hay que nutrirse de la pasión y la belleza que está en las personas y en las cosas. Sólo hay que saber mirar y escuchar. Por ese sendero trato que discurra mi poesía.
–¿Cuál es tu opinión de la poesía mendocina de los últimos años?
–Veo una producción tal vez excesiva, poco rigurosa, cuyo principal tópico es el ombligo, el culto al yo, y cuyo talón de Aquiles es la jactancia de que se puede prescindir de la lectura de los grandes y de cierto rigor en la puesta a punto del poema. Desconfío de los escritores que no son buenos lectores. En cuanto a los modos de circulación, sin dudas que internet (y todos sus caminos y atajos) ofrece una maravillosa posibilidad de globalizar lo que uno hace, ya sin la necesidad imperiosa –como ocurría en otras épocas– de publicar “en papel” para “existir”. En los ’90 tal vez había menos producción, menos vedettismo y mayor autenticidad. De todos modos, como ha pasado siempre, hay que esperar los tiempos literarios para ver claramente qué pasó el cedazo y qué quedó, justicieramente, en el olvido.

(Publicado en Diario UNO, 3 de octubre de 2010)