Tal vez nunca como en estos días el hombre se debe haber sentido tan vulnerable, tan pasajero en este mundo, frente a la contundencia de un fenómeno natural como el terremoto de Japón. Basta ver cómo, a pesar de la distancia geográfica y cultural, miles de mendocinos no podían dejar de seguir con cierta fascinación en la televisión, los diarios o internet el paso a paso de los efectos de tamaña catástrofe.
Se sabe que en periodismo el factor cercanía es fundamental para sensibilizarse con el drama ajeno o despertar la empatía con aquél que sufre. Por caso, no nos llega igual la tragedia de un niño que cayó a un pozo si sucedió en una finca de Fray Luis Beltrán que si un hecho similar ocurre en Perú, España o Suecia.
La contundencia de las imágenes que se multiplicaron en las cadenas de noticias de todo el mundo desde el 11 de marzo prácticamente nos pusieron ahí donde el tsunami arrasó en segundos con vidas, casas, autos, barcos, animales, y todo lo que encontró en su desbocado raid.
Es lógico que por tener Mendoza una fuerte impronta sísmica y haber padecido grandes terremotos (1861, 1977, 1985) lo ocurrido en “la tierra del Sol Naciente” nos impacte especialmente. Uno detrás de otro, datos shockeantes como que “el fenómeno tuvo una fuerza sesenta veces más poderosa que la bomba atómica de Hiroshima” o que al segundo día ya se contabilizaban “más de 1.000 muertos y unos 100 mil desaparecidos” lejos de despegarnos de las noticias activaron aún más el interés por lo que sucedía en el ahora más cercano Japón.
Otro inevitable link con el estupor inicial fue la expectativa que desató el posible correlato del tsunami en Chile, lo que introdujo una particular atención por lo que podría ocurrir al otro lado de la cordillera de los Andes. Por una vez, buena parte de los mendocinos agradecimos vivir en este generoso desierto, lo suficientemente distantes del mar que solemos disfrutar cada verano.
Como pasa con las noticias que se sostienen varios días, en este caso también es esperable que el interés vaya decayendo gradualmente, lo que es casi seguro que no ocurrirá es que nos abandone tan fácil esa intransferible sensación de fragilidad que experimentamos cada vez que la tierra da señales tan contundentes.

(Publicado en Diario Los Andes, 16 de marzo de 2011)