La sola mención de “esa” palabra encrespaba aún más al crespo Manolito, aquel pequeño despachante de almacén creado por Quino en su siempre vigente “Mafalda”.
Para otros, en cambio, el fiado era y es la única forma de crédito a la que se puede acceder cuando se vive prácticamente al día. No en vano uno de los significados de fiar es “confiar en algo o en alguien”. Por eso en este tipo de transacciones informales ser digno de confianza se convierte en la principal -y tal vez única- garantía para quien entrega algo a cambio de nada.
Y si de confianza hablamos, todavía siguen siendo los negocios chicos -especialmente los de barrio- los que en virtud de la cercanía y el conocimiento personal fían un trabajo o un producto cuyo valor no es lo suficientemente significativo como para poner en riesgo al creyente de turno.
La libreta del almacenero no es, como muchos creían, una pieza de museo. Quizás ya no tenga tantas hojas ni tantas Doñas Marías en el debe de puño y letra, pero sigue existiendo como las pastillas Renomé, el anís 8 hermanos o los vendedores de globos.
En la vereda de enfrente del desconfiado Manolito debería situarse a Oscar Gallicchio, un librero de La Plata al que fiar no le pone los pelos de punta. Instalado desde hace más de 20 años en la plaza Italia con un puesto de libros usados, este hombre de 62 años, barba blanca y cara de tío bonachón, no permite que nadie se vaya sin el libro que fue a buscar o que encontró revolviendo por el solo hecho de no tener el dinero suficiente.
Para esas situaciones, creó la “Hippie card”, una tarjeta de crédito simbólica que, sin embargo, no le garantiza en lo más mínimo que quien se llevó un libro fiado regrese a pagarlo. “La confianza no requiere datos ni plazos”, dice para justificar que no tiene -ni le importa- de dónde aferrarse para cobrar lo vendido.
No obstante, no faltan quienes se borran en lugar de volver para “honrar” su deuda. A don Oscar esto no parece preocuparle demasiado, por eso insiste en el cotidiano ejercicio de la fe en el otro.
Después de todo, nada muy distinto a lo que hacemos cada cuatro años cuando nos fiamos de algunos candidatos y urna mediante le damos nuestro voto de confianza. Esa “hippie card” que al cabo de un tiempo nos arroja en la cara un resumen en rojo furioso.

(Publicado en Diario Los Andes, 31 de mayo de 2010)