Como suele ocurrir cada vez que un escritor, sobre todo si se trata de uno no muy conocido, gana el premio Nobel, lo primero que ocurre es que su obra gana una notoria visibilidad.
Aunque prime en ese “gesto” el marketing antes que la puesta en valor de una producción literaria, lo realmente valioso es la posibilidad que se abre de conocer un nuevo mundo. Y si en realidad cada persona es un mundo en sí mismo, un escritor bien puede verse como un continente de varios.
José Saramago, quien murió ayer pero ya sacó carnet de eterno, deja una obra de esas que entran en la categoría de imprescindibles, por su humanismo, su profundidad y su calidad literaria. Todo lo que ahora se diga de él, potenciado además por la benevolencia a la que invitan ciertas muertes, será un esperable acto de justicia. Leerlo, lo más importante, estricta justicia poética.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 19 de junio de 2010)