Oh piedra llena, llaga hermosa!
(J. C. Bustriazo Ortiz, 1929-2010)



En materia de reconocimientos, es una fija que siempre llegamos tarde. La muerte, además de artera, gusta hacer gala de hábil tiempista. Ahora que vino a llevarse a Juan Carlos Bustriazo Ortiz, queda el reparador consuelo de saber que antes de esta partida a sus 80 años, el gran poeta pampeano alcanzó a ver el merecido -aunque tardío- reconocimiento a una obra imponente.
De su ardua producción de algo más de 70 libros, sólo vio publicados apenas seis: “Elegía de la piedra que canta” (1969), “Aura del estilo” (1970), “Unca bermeja” (1984), “Los poemas puelches” (1991), “Quetrales” (1991) y “Libro del Ghenpín” (2004).
El rescate, afectivo y literario, llegó de la mano de poetas como Cristian Aliaga, Andrés Cursaro, Sergio De Matteo y Javier Cófreces, quienes dieron forma a una antología insoslayable para la poesía nacional: “Herejía bermeja”, editada en 2008 por Ediciones en Danza.
En ella hay poemas, muchos poemas, de los libros citados pero también de “Caja amarilla”, “Las Yescas. Canción del enterrado”, “Los decimientos”, “Canción rupestre”, “Las pinturas” y “Hereje bebedor de la noche”. Este último reúne textos leídos por su autor para un CD editado en 2007, trabajo que también contribuyó a acercar a este ex telegrafista y bohemio recitador a los oídos más jóvenes.
Nómada incansable, autodidacta al borde de la erudición, fue un fiel habitante de los bares; un bebedor de brindis siempre agradecido. No hubo peña, bar o patio enfiestado que no escuchara los versos apasionados de este ghenpín (hechicero) que ciertamente no habría desentonado como personaje de Juan Rulfo. “Como un ciego fui con las manos interrogando las paredes”, escribió en “Unca bermeja” el autodenominado “poeta nochernícola”.
Su inclasificable poética unió lo metafísico, el paisaje, la música, la vida en los márgenes, dando como resultado lo que Aliaga sintetiza como “Sistema poético pampeano-surrealista, folclórico universal”.
Más un médium que escribiente de versos, Bustriazo se dejó domar por un lirismo exacerbado que abrevó tanto de lo místico como de lo profano. Se valió de lo regional pero subvirtiéndolo de tal manera que lo que en otros se cristaliza como una simple postal del pago chico en él es un viaje alucinado que otra que el Submarino Amarillo de los Beatles.
Don Juan también tuvo su agitada temporada en el infierno, sus internaciones en un psiquiátrico, su permanente lucha con los demonios del alcohol. De todas salió aferrado a la soga de una palabra candil, un verso alerta y, sobre todo, de la mano de su mujer, Lidia Hernández.
Mal que le pese a la parca iletrada, este juan que se escribía a sí mismo en minúsculas alcanzó a dejar las suficientes pistas de su talento mayúsculo para instalar ya sí, definitivo, su nombre entre los clásicos de la poesía argentina.

Ya no respiro no ya no respiro
Ahogado estoy ahogado melodioso.
(De “En el helado mar, lejos de la muerte”)


(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 6 de junio de 2010)