No debe haber peor mensaje, sobre todo para los más jóvenes,
que el de la impunidad. Que dé lo mismo un burro que un gran profesor. Ser
derecho o ser traidor. Que hoy privatizo y mañana estatizo. Que lo que dije
ayer caduque como un yogur. Que el archivo sólo sirva para poner en evidencia
las contradicciones del otro, nunca para revisar cuántas vigas tenemos en el
ojo propio.
El peor nocaut. La Hiena Barrios es uno
de eso casos emblemáticos. El mediático boxeador está libre a pesar de haber
matado a una mujer embarazada, tras atropellarla y escaparse, totalmente
borracho. A pesar de haber sido condenado, la ley –como a las madres, hay que
respetarla aunque no nos guste– tiene sus entresijos y es por ahí por donde
transitan con olfato de goleador los hábiles caranchos. La Hiena pagó una fianza, no su
condena con la sociedad, y ya está otra vez en la calle. Hasta podría haberse
ido del penal manejando. De locos.
¿Concientizar o
avivar giles? El tránsito es un territorio propicio para el viva la Pepa. A esta altura
resulta irrisorio, casi una jodita para Tinelli, que algunos municipios salgan
a la calle a colocar multas “simbólicas” con el noble fin de concientizar. Como
si el que maneja no supiera, aún desde antes de sacar su carnet, que no debe
estacionar en doble fila, no debe hablar por teléfono mientras maneja, no debe
circular a mayor velocidad de la permitida, no debe cruzar los semáforos en
rojo, etcétera. Hay leyes claras y no se cumplen. Así de simple.
Contracara. Los
juicios por delitos de lesa humanidad que se vienen desarrollando desde hace un
tiempo en todo el país vendrían a ser una señal contraria a eso de que todo da
lo mismo. No es un logro menor haber sentado en el banquillo a los culpables de
la etapa más sangrienta de este país y terminar con la impunidad que les
permitió estar libres tantos años como cualquier hijo de vecino. Sin venganza
ni revancha, la Justicia,
esa misma que en otros casos parece estar más vendada que una momia egipcia,
pone aquí una esperadísima cuota de racionalidad.
Tarjeta roja para los
cómplices. En teoría, a ninguna cancha se puede ingresar con elementos
contundentes, bengalas, explosivos, y mucho menos con armas. Sin embargo, un
amplio catálogo de lo nombrado suele verse en cualquier estadio, sea de la A, la B o la Z, sin que una buena requisa
deje afuera a sus peligrosos portadores. Hasta que de tanto en tanto alguien
muere en un estadio y se abre nuevamente el trillado debate en los medios para
analizar por qué pasó lo que pasó. Puro verso.
Hacer lo que
corresponde. Bien aplicados, los premios y los castigos dan señales claras
y concretas. El problema que atraviesa hoy la educación, donde hasta la propia
ministra Abrile de Vollmer admite un grave problema de enseñanza en el Nivel
Primario, revela hasta qué punto se han relajado las obligaciones de los
alumnos. Por más que, como siempre, se apunte a que sea el docente quien ajuste
“las estrategias didácticas”, estas de nada servirán si los niños no hacen lo
básico: estudiar, cumplir con los deberes, llevar al día las materias y a su
vez, que los padres los acompañen de cerca en ese proceso, exigiéndoles pero
también apoyándolos, brindándoles confianza y afecto. Es decir, nada del otro
mundo, aunque cada vez cueste más cerrar este obvio círculo.
Humanum est. La
impunidad, como nos ilustra nuestro himno ad hoc Cambalache, vendría a decirnos
cual disco rayado que “todo es igual, nada es mejor”. No obstante, la esperanza
sigue estando en manos de esos mismos chicos a los que todos los días
confundimos con nuestras humanas, pero peligrosas, contradicciones.
(En Diario UNO, 30 de
abril de 2012)