Sus nombres siguen engrosando la lista de las víctimas del delito. Ellos ya son parte de nuestra deuda interna.
Micaela, Matías,
Franco, Emmanuel, Daniela... Nombres de pibes que ya no están
estudiando, jugando al fútbol, chateando, haciendo amigos en Facebook.
Nombres como el de tu hijo o el mío, pibes que de un día para el otro
pasan a ser un número en las estadísticas, una foto en un cartel pidiendo justicia.
Pibes que por ley natural debieran haber despedido a sus padres y no al
revés. Jóvenes a los que el futuro les corresponde por lógica o lugar
común y que con tan sólo un disparo o una cuchillada se transforman en pasado. Como efecto colateral, el presente únicamente corresponde a los que quedan rumiando dolor y clamando justicia.
Las cifras, frías pero certeras, nos alertan: en apenas cinco meses ya
han muerto violentamente –sólo en la provincia– 11 menores. La política
de Seguridad, tantas veces reivindicada como “de Estado”, sigue sin
menguar el delito. Los delincuentes, queda claro, están ganando la
pulseada.
Escribo esto desde la indignación. Escribo desde el miedo. Con dos hijos
adolescentes a los que cada día saludo con un beso y un “cuidate” que
devino sello familiar tanto como el “buen día” o el “vamos a comer”.
Veo a esos padres portando carteles con las fotos de Micaela, Matías,
Franco, Emmanuel o Daniela y juro que intento ponerme en su lugar y no
lo logró. Imposible, más allá de la empatía y la más elemental
solidaridad, contener en un mismo cuerpo tanto dolor, tanta impotencia.
Micaela, Matías, Franco, Emmanuel, Daniela. Nombres y para la síntesis
periodística, casos. El hablar “del caso tal” evita apellidos y
detalles. Simplifica el mensaje. Por lo general, el caso tal dura unos
cuantos días y es tristemente remplazado por otro caso y así
sucesivamente. Los nombres, las muertes, las marchas, se acumulan, pero
los cambios no llegan. Las soluciones, tampoco.
No es que los otros homicidios, los demás hechos delictivos en los que
no están involucrados jóvenes, no cuenten. Duelen pero no impactan de la
misma forma que cuando la víctima es un chico. La certeza de que aún
tenían tanto por dar y por recibir, por vivir y aprender, es lo que no
tiene consuelo. Y lo peor: la sensación que nos queda a la mayoría,
padres o no, de que sigue faltando una fuerte decisión política, del
gobernador para abajo, de enfrentar el problema de fondo. No se trata,
una vez más, del absurdo debate de si mano firme sí o mano firme no.
Todos los que tienen algún poder de decisión en el Ejecutivo, la
Legislatura o la Justicia, saben que el conflicto es mucho más profundo y
por eso, hay que darle una solución integral. Urge tejer una sólida red
entre los tres poderes para que la coyuntura delictiva no se los lleve
puestos a todos.
Basta ver la agenda de cada uno de los tres poderes para ratificar la
impresión de que cualquier tema tiene más prioridad que garantizar la
seguridad y el bienestar de la sociedad toda. Esa sensación de que
mientras no me toque a mí o a los míos está todo bien. La memoria de
Micaela, Matías, Franco, Emmanuel, Daniela y tantos más merece que las
cosas cambien y alguna vez sí esté todo bien.
(En Diario UNO, 14 de mayo de 2012)