En el arranque del siglo XXI aquellos “hombres huecos” de T. S. Eliot encontraron su contracara: las “personas libro”. Ellas forman parte del Proyecto Fahrenheit 451, inspirado en la obra de Ray Bradbury que presagiaba un mundo sin libros. Amantes incondicionales de las palabras, memorizan un libro para evitar que se pierda y lo hacen a viva voz para que, casi como pastores frente a su rebaño, otros reciban el mensaje y lo multipliquen.
El proyecto nace en el contexto de la Escuela de Lectura de Madrid. Porque tanto como “rescatar” un libro es “compartirlo” mediante el buen decir. La palabra, ese animal en extinción, merece un tratamiento cuidadoso para garantizar su supervivencia.
Antonio Rodríguez Menéndez, fundador de Fahrenheit 451, considera claves de esta iniciativa su aplicación a la educación, a la reinserción social y a la participación democrática. El proyecto pretende llegar indiscriminadamente a todas las personas del mundo. Hay “personas libro” en las más extrañas lenguas, sean estas viejos, niños, adultos, presos, intelectuales o gente de la calle. “Lo que usted anda buscando, Montag, está en el mundo, pero el único medio para que una persona corriente vea el noventa y nueve por ciento de ello está en un libro”, apunta Bradbury desde su clásico.
Con una necesaria cuota de quijotismo, las “personas libro” buscan “mostrar que hay belleza, inteligencia y sensibilidad en las palabras de los seres humanos de todas las culturas y abrir con ello un resquicio a la esperanza de encuentro y convivencia”. Hombres huecos, abstenerse.


(En suplemento Escenario, Diario UNO, 26 de mayo de 2012)