Si Groucho Marx hubiera vivido en esta época de SMS, redes sociales y iPad, la humanidad habría perdido uno de los tantos talentos del genial humorista: su literatura epistolar.
El líder del grupo cómico Los Hermanos Marx era de esos comediantes a los cuales el escenario les quedaba chico. Tanto en lo cotidiano como en otros ámbitos –entrevistas, columnas, guiones– Groucho no dejaba de ser un implacable lector de la realidad, un fino traductor de la estupidez y la belleza humana.
Las cartas de Groucho, editadas en 1967 y años después por Anagrama, son el producto de toda una vida de misivas a sus hermanos, a sus hijos Arthur y Melinda, a su médico, a directivos de las cinematográficas, a sus abogados, a fans, a escritores, a críticos, y sobre todo a sus amigos, muchos de ellos reconocidos guionistas, escritores y productores.
Mensajes de humo sin humo, de palomas mensajeras sin palomas, estas cartas hoy son parte de los tesoros de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.
Autodefinido como “egocéntrico ejemplar y amante sarnoso”, Groucho (1890-1977) también fue un maestro de las frases memorables. Baste citar su famoso epitafio: “Disculpe si no me levanto”.

(En suplemento Escenario, Diario UNO, 3 de diciembre de 2011)

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