El martes comienza una nueva edición de la Feria del Libro de Mendoza y, como cada año, la reacción en el mundillo cultural vernáculo se repite cual déjà vu: criticarla antes de que arranque, mientras transcurre y repetir el gesto condenatorio una vez que termina.
¿Por qué pasa esto?, se preguntará el inquieto lector. Arriesguemos hipótesis: porque no se aprende de los errores, al punto de repetirlos casi impunemente; total, ¿qué funcionario ha ido después a la Legislatura a dar explicaciones o qué legislador ha pedido rendición de cuentas sobre contenidos, gastos o resultados?
Sigamos: Porque no se escucha o consulta; soy de los tantos escritores locales que participamos en más de una ocasión en la feria y no hubo vez que no hayamos dejado alguna inquietud, sugerencia o abierta crítica para que se capitalice como un aporte, no como molesto palo en la rueda o artero insulto, propio del ghetto literario. Sin embargo, rara vez vimos plasmadas esas contribuciones.
La sensación recurrente es que se trata de un evento anual con el que cada gestión de gobierno debe cumplir como si tratara de la Fiesta de la Vendimia o los festejos patrios marcados en rojo en el almanaque.
Así y todo, es un espacio que hay que defender apasionadamente. Defender y mejorar. Colocar urnas para recoger sugerencias de asistentes, expositores y libreros podría ser una de las tantas opciones para demostrar que a la organización le importa la opinión de todos aquellos que sustentan esta actividad cultural.
Con el lema “Leer desde las raíces”, este capítulo 2010 promete una intensa agenda; con presentaciones y charlas de autores mendocinos (Rodolfo Braceli, Laura Moyano, Oscar D’Angelo, José Luis Menéndez, Rolando López, Leandro Hidalgo, Dionisio Salas Astorga, Javier Píccolo, Oscar Miremont) y los consabidos “peso pesado” foráneos (Diana Bellesi, María Sáenz Quesada, Silvia Iparraguirre, Pablo Ramos, Zuhair Juri, Horacio González), mesas temáticas (“Poesía cantada”, con Palo Pandolfo y Rosario Bléfari), conferencias (“Panorama de la poesía Cuyana contemporánea”), talleres para estudiantes de los distintos niveles educativos, y lo que sin dudas viene oxigenando las últimas ediciones: el “Espacio Indy-Gentes”, singular y agitador lado B del evento madre que cobija un sinnúmero de producciones literarias independientes, con sus correspondientes presentaciones de libros, muestras, mesas debate y recitales.
Como siempre, el crédito queda abierto. La Feria del Libro no es, no debería serlo, un compromiso a sortear por el gobierno de turno. Nos pertenece a todos y por eso nos entusiasma, nos enoja, nos atrae o repele. Nos revela como somos.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 26 de setiembre de 2010)