Aquel periodista que no piense en el lector, cada vez que se siente frente a la computadora como ayer ante una ruidosa Remington, difícilmente logre dar en el blanco del interés de quien se detuvo a leer su nota. En esa línea, un consejo básico que se le da a todo aquel que pisa por primera vez una redacción es que no pierda nunca de vista que él también es un lector. ¿Qué significa esto? Que ponga en su texto aquello que pretende encontrar cuando lee una nota, artículo o reportaje ajeno. Es decir, información clara, interesante y atractiva, donde en lo posible se tiendan puentes para que el lector se sienta parte de lo que se está contando.
No hay sobrevivencia posible para los medios de papel que no contemplen esto. La velocidad e inmediatez, se sabe, está y estará garantizada por los medios digitales, pero el tiempo, la hondura y la reflexión que exige un lector de medios gráficos deben estar impresos con una cuota extra de pasión y detalle.
El lector de Los Andes no es un actor pasivo en esa relación diaria que, en muchísimos casos, acumula unos cuantos años. Se expresa cotidianamente a través de un simple llamado para agradecer una nota o tirarnos las orejas por ese error que se nos escapó, sugerirnos artículos o investigaciones, denunciar la falta de respuesta de organismos públicos o funcionarios, como también para compartir problemas de los más domésticos y sensibles a su vida en comunidad.
La llegada del diario a una casa sigue siendo para muchos como la llegada de un amigo o un familiar. De allí que no haya nota que pueda prescindir de ese singular lazo que ha llevado que este matutino cargue sobre sus espaldas 127 años y aún se sienta con fuerzas como para seguir subiendo la cuesta. Y si lo sigue haciendo con el mismo ímpetu es porque sabe que la carga se reparte con sus fieles lectores.

(Publicado en suplemento aniversario Diario Los Andes, 20 de octubre de 2010)