Digámoslo claro: que falte un oso polar, una cebra o un coatí no es lo mismo que falte una jirafa. Un zoológico sin jirafa es como un circo sin payaso. Desde hace cuatro largos años el Zoo local no cuenta en su preciado staff animal con una Giraffa camelopardalis. Y la gente, claro, igual sigue yendo al predio del Cerro de la Gloria como iría al circo sólo para ver al mago, al lanzador de cuchillos o al acróbata. No es lo mismo. Falta aquí la figurita difícil, la estrella del paseo (sepan disculpar los carismáticos monos).
Más que su costo (aunque suene a chiste fácil, cotizan muy alto: no menos de U$S15 mil), lo que complica seriamente las posibilidades de adquirir alguna pariente cercana del okapi es que las jirafas que llegan a este lluvioso desierto parecen cargar con una inexplicable maldición. Al menos las últimas cinco no duraron en pie una razonable cantidad de años y terminaron tristemente siendo noticia por su muerte, casi a la altura de un delincuente común y corriente.
Hoy pasar por ese extenso espacio que ocupaban y verlo vacío da mucha pena, mucha bronca. Tanta, dirán otros, como sacarlas de su hábitat natural para meterlas en una jaula y depositarlas en celdas más o menos amables en cualquier punto del planeta. ¿Quién dijo que vivimos en un mundo justo?

Claveles y parásitos
En una década se perdieron al menos cinco jirafas en el paseo provincial. La recordada Lucero hizo punta al morir por la ingestión de una bolsa de plástico. Luego, en 1994, desde Michigan, Estados Unidos, llegó una pareja que duró muy poco como tal. A los pocos días de estrenar hogar, en un confuso hecho el macho cayó al foso de los leones y murió. Esto le costó la cabeza al por entonces responsable del Zoo. El sucesor del finado llegó en noviembre del '94 y duró apenas hasta el 12 de mayo del '95, en que falleció por un "edema agudo de pulmón". Le había costado a la provincia -gracias a una "atención"de la reserva de Michigan- cerca de U$S12.000.
La "viuda", también importada de EE.UU. y llamada inequívocamente Soledad, feneció víctima del Tripanosoma congolians, un parásito africano que afectó su sangre.
Después fue el turno de Tomy, un especimen macho que provenía de Chile. Murió el 21 de marzo de 2004 a las 16.30. Su pareja, Belén, quien había llegado del país trasandino a cambio de un oso, una cebra, un tigre y dos aves, le siguió los pasos apenas un día después. Ambos fueron víctimas de la Wedelia glauca. En criollo: clavel amarillo o yuyo sapo que venía camuflado en un fardo de alfalfa.

Ni psíquicos ni conjuros
Hay equipos de fútbol que contratan a esas modernas versiones de brujos (algunos, para que suene menos chanta, prefieren llamarlos "psíquicos") con el claro objetivo de cortar una mala racha y reencontrarse con los ansiados éxitos. Nosotros, simples bípedos mendocinos que añoramos ver a una jirafa hecha y, sobre todo, derecha, creemos que no hace falta apelar a estos falsos manosantas para que a manera de conjuro eviten que se nos sigan muriendo acá a la vuelta estos "mamíferos rumiantes de cuello largo y esbelto, originarios de África", los mismos que, según la Historia Natural de Plinio, ya en el año 46 a.C. se dejaban admirar en los juegos del circo.
Hasta un niño de cinco años podría garantizar que para traer a un nuevo ejemplar bastaría con estudiar a fondo -con profesionales de la ciencia, no con bienintencionados amantes de los animales- qué pasó con las anteriores jirafas, tomar todas las precauciones para su seguridad y crearles condiciones elementales de alimentación para que vuelvan a sentirse "como en casa".
Ellas, tímidas y solitarias de manual, entienden. Seguro que entienden. No por nada en la Edad Media se las consideraba un animal mítico.

El archivo