Aclarémoslo de entrada: Rondó para Beverly no es un libro. En lo formal, tal vez lo sea. Tiene tapas, solapa, páginas y contratapa. Lo más preciso sería decir que se trata de un emotivo réquiem para una madre y una esposa. La madre de Yves y la esposa del pintor y escritor John Berger.
Quienes hayan disfrutado de otros libros del gran John, un eterno candidato al Nobel, encontrarán sus marcas de estilo: reflexión, sensibilidad y un exquisito manejo de la lengua. 
Su formación como artista plástico le dio ese pulso impresionista para contar ante todo el mundo interior de sus personajes dejando en segundo plano lo que sucede de la piel para afuera. 
Rondó para Beverly reúne textos breves, sentidos, evocativos de esa mujer que con su partida ha dejado un espacio vacío demasiado evidente. Es una pieza de Beethoven la que, a un mes de su muerte, la trae de regreso y detona en padre e hijo la necesidad de plasmar en dibujos y escritos algunas de esas tantas sensaciones que se reinstalan en la casa.
Y lo hacen evocándola desde mínimos detalles: su forma de fumar, sus cejas arqueadas, su pelo (“te lo cepillabas como si avanzaras contra el viento”), su escritorio atiborrado, sus plantas y sus manos, su ropa que ahora busca un destino, sus lentes sin su rostro.
Todo esto intervenido por los trazos de Yves y John que intentan –desde el arte y el amor– que su presencia sustituya a su ausencia. 
En el blanco de las páginas, como en esos silencios que en la música dicen tanto, los Berger dejan flotando una cuantas preguntas para la añorada Beverly. 
“¿Dónde estás mamá? Alguien dijo que los muertos no están en ninguna parte, que ese es su lugar. Pero, ¿qué significa eso?”, interroga el hijo. Y el propio Yves se contesta: “No sabemos lo que es”.
Rondó para Beverly se lee en 10 minutos, pero se relee por un largo tiempo. Lo que dura saborear esas frambuesas cosechadas en la huerta de la mujer inolvidable. 

(Suplemento Escenario, Diario UNO, 9 de agosto de 2015)