Para llegar hasta ellos hay que atravesar casi tantas puertas como el Agente 86 cuando ingresaba a las oficinas de Control. Una vez adentro, ya en el cara a cara, todos extienden la mano para el saludo de bienvenida. En la otra, la mayoría tiene su carpetita, su puñado de papeles, sus poemas o sus cuentos. Sus alas. Aquí, las metáforas son tan importantes como el pan o el agua. O las visitas.

Sus caras, sus manos, sus miradas, son tatuajes más reales que aquellos otros que portan en los brazos o el cuello. Reflejan vidas durísimas, las mismas que intentan decantar en sus escritos ante la mirada paternal y compañera del profe Lucio Albirosa.
Están aquí pagando su deuda con la sociedad, algo que en la charla entre este poeta invitado y ellos, los anfitriones del taller literario, irá apareciendo en forma de testimonio informal, o de relato al hueso, o de versos sanguíneos. Directa o indirectamente lo que escriben es parte de un espejo que los desnuda más que la peor requisa.
La poesía aquí es parte de la catarsis pero también es esa ventana por la cual cada día pueden ver el mundo que hoy tienen vedado. Y más también.
En sus palabras ponen el cuerpo como antes lo pusieron en la noche más brava, en un cuerpo a cuerpo, o en el fuego cruzado.
Han descubierto, nunca es tarde para eso, que la poesía es una forma de autoconocimiento como pocas, una vía de expresión donde pueden gritar lo que en otro ámbito deben callar a la fuerza.
“Literatura en alas” es ni más ni menos que la posibilidad de volar. Gracias por ayudarme a ver cuán cierto es lo que dice la canción: “La vida es una cárcel con las puertas abiertas”.


Rubén Valle. agosto de 2013