A mitad de camino entre la de Guillermo Moreno y la de Oskar Schindler, la lista que integra la Libreta de los Muertos es el singular registro que lleva desde hace largos años el iconoclasta Fernando Vallejo. El escritor colombiano alimenta casi a diario un inventario de la gente que conoció y ya murió. Según su propia estadística, al momento de la publicación de su último libro, el reciente Peroratas, son unos 750.
Para decidir quién entra o queda fuera del racconto necrológico, el autor de La virgen de los sicarios considera que el muerto debe haber estado aunque sea un instante al alcance de sus ojos.
Sus finados pueden incluir desde Sartre, a quien vio de cerca en un café de Roma, hasta su amada/odiada Colombia, país en el que nació y del que abomina (por algo hace más de 40 años que reside en México).
Vallejo, quien dice estar en la edad de los entierros, está convencido de que los muertos quieren seguir manejándonos desde el más allá, recomienda la cremación porque “con tanto vivo ya no hay donde enterrar a tanto muerto” y se pregunta cuántos muertos tendríamos el resto de los mortales si quisiéramos empezar a llenar ahorita mismo esa funesta libreta. “¡Pobrecitos! La que les espera. Una vía dolorosa cargando muertos”, apunta con sorna.   
Al cineasta abandónico y defensor de animales pobres y ausentes, no le preocupa su muerte, lo que le aterra es el olvido. Si pensaron que la respuesta es Google o Wikipedia, el desbocado Vallejo les dirá que no, que esos no son otra cosa que “el basurero del olvido”. Serán, piensa uno, los libros los que una vez más se encarguen de poner al autor en la misma heladera que Walt Disney.


(En suplemento Escenario, Diario UNO, 31 de agosto de 2013)