Soy uno de los tantos miles, por qué no millones, que en este país alguna vez -227, para ser más precisos- gritó un gol de Martín Palermo.
Difícilmente quien no guste del fútbol pueda entender ese mágico momento, mezcla de alegría y excitación, que se vive al gritar un gol. Y es esa sonora alegría, multiplicada y potenciada por la obtención de numerosos títulos locales e internacionales, la que explica, en parte, el porqué de esa emoción generalizada que el domingo pasado copó una Bombonera vestida de fiesta como pocas veces.
Alguien que nos hizo tan felices, que nos hizo vibrar y pasar momentos irrepetibles, merecía el reconocimiento en vida, cuando se está en plenas condiciones de disfrutar lo sembrado.
En este sentido, y por suerte, son cada vez más los municipios o las instituciones que distinguen a aquellos que aportaron con su vida y obra algo a su comunidad sin esperar a que fueran una cruz más en la sección fúnebres. Por caso, hoy la comuna de Maipú distinguirá nada menos que a 945 vecinos del departamento por su compromiso ciudadano.
En muchos casos, ese muchas gracias se traduce en gestos concretos: el nombre de una plaza, una calle o un centro de salud, de manera que el merecido homenaje no quede congelado en un acto de un par de horas y un puñado de fotos que lo eternicen sólo en el álbum familiar.
Hace poco vimos cómo en los Premios Martín Fierro se lo honraba a Carlitos Balá, un ícono de la infancia de los que ya pasamos los cuarenta. Lo valioso, más allá de la simbólica estatuilla, es que la decisión la tomaron los propios admiradores, quienes votaron para que fuera el cómico del flequillo eterno quien lo recibiera como reconocimiento a su extensa trayectoria.
Volviendo al “optimista del gol”, a pesar de sus limitaciones técnicas y de cargar con el sayo de “burro”, el Titán logró lo que pocos: entrar en la historia, dejar su sello, ser el póster de los viejos buenos tiempos. Sólo un elegido puede lograr lo que logró Palermo. “Nadie hizo tanto con tan poco”, acotará el mismísimo José Sanfilippo, quien lo llamó “Tronco de higuera” pero a la larga el humilde centroforward le tapó la boca igualando los goles convertidos con la camiseta de Boca Juniors.
Para los refutadores de siempre, ahí están las irrefutables estadísticas que ayudan a terminar con la absurda discusión. ¿Hace falta decir que Palermo no tiene (me cuesta escribir “tenía”) la habilidad de un Messi o un Pastore? ¿Hace falta remarcar que su puesto de número 9 se valida a puro gol, no con pases o gambetas de lujo?
Un plus, y no menor, es que el Loco es lo que se dice un buen tipo. Una cualidad en la que, no casualmente, se detuvieron todos aquellos jugadores, técnicos, periodistas e hinchas que le dedicaron generosos saludos y deseos para su nueva etapa de “ex jugador”.
Por eso tampoco fue extraño ver desde niños a abuelos con lágrimas y la emoción a flor de piel en la inolvidable fiesta que se vivió en la cancha de Boca. Ese día recibió el regalo más insólito que recuerden los futboleros: el arco que da a La Doce, la mítica popular “bostera”.
Cuarenta y ocho horas después, el Senado de la Nación le entregaba la Mención de Honor “Senador Domingo Faustino Sarmiento”, destacando no sólo su trayectoria deportiva sino también su menos difundida acción solidaria.
El mito, mal que les pese a los hinchas de River o de Gimnasia de La Plata, recién comienza. Un día le contaremos a nuestros nietos que Palermo hizo un gol de cabeza de casi media cancha y no nos creerán. O que escapó ¡tres penales! en un mismo partido. Pero juraremos que fue cierto, tan cierto como que un día le regalaron un arco “de verdad”.

(En Diario Los Andes, 18 de junio de 2011)