En el país de Cristian U. podés hacer las cosas como corresponden e irte mal, muy mal. Podés, por ejemplo, vender un auto haciendo todos y cada uno de los pasos legales y un año después, exactamente un año después, “saltar” que entre Rentas y el Registro del Automotor hubo un eslabón roto y de golpe vos debás un año de patente de un auto que ya no es tuyo (¡!).
En el país de Cristian U. a un conductor como vos o como yo le hacen, ponele, 30 multas viales que registran que se violó límite de velocidad, semáforos en rojo, doble línea amarilla, no uso del cinturón de seguridad, luces apagadas... Un día cualquiera el infractor serial es intimado hasta por su suegra y debe ir con el montoncito de infracciones en la mano a levantar el muerto.
A su paso irrumpe un “carancho” (abogado non sancto, apto para todo tipo de trapisondas ilegales) que le ofrece al angustiado hombre del volante un imperdible salvoconducto.
Tributándole un diezmo (15% del monto a pagar), la deuda final habrá de achicarse milagrosamente gracias a un sospechoso kit de retoques y contactos. Al rato, el señor de las x multas es llamado por ventanilla y, oh sorpresa, comprueba que mágicamente lo que debe es una miseria, una bicoca; casi hasta da ganas de decirle, cual si fuera un mozo, “déjese el vuelto”.
En el país de Cristian U. se paga todos los meses el asfalto esperado por largos años aunque sea una capita de no más de cinco centímetros. El mismo que al poco tiempo estrena una fuga de agua a la que hay que contemplar resignadamente durante tres semanas hasta que la aggiornada Aguas Mendocinas le ponga un cartel avisando lo obvio. Una semana más tarde regresará a arreglar el escape y tapar el agujero, prescindiendo del detalle de colocarle cemento. El asfalto, el casi nuevo, está roto y así quedará. Los vecinos, igual pagan.
En el país de Cristian U. se puede ser cualquier cosa menos viejo. Si la burocracia y sus molestas derivaciones son aptas para todo público, en el caso de la tercera edad las mismas malas artes serán mucho más lentas, amañadas y hasta crueles. Total, tiempo es lo que les sobra “a nuestros queridos viejos”. El único pasaporte será contar con un amigo/a en la oficina pública en cuestión o a mano un hijo que disponga de unas cuantas horas y otro tanto de paciencia para ir de arriba abajo con el necesitado señor o señora de las siete (o más) décadas.
En el país de Cristian U. todo queda justificado en el plural, en ese raro sentido de pertenencia que siempre nos iguala pero hacia abajo. “Bueno, lo que pasa es que los argentinos somos así, es una cuestión cultural, es parte de nuestra idiosincrasia”, sueltan livianamente los sociólogos ad hoc. No ser parte de este equipo, rechazar ser convocado a esta selección de Maradonas truchos, no significa jugar con los buenos de la película pero tampoco ser de los que aplauden a ciegas al rey que va desnudo.
Ah, ¿qué quién es Cristian U.? Es un tipo de unos 30 años que hace unos días ganó ese reality donde, por no hacer nada (literalmente), te premian con 400 mil pesos, un viaje al Caribe y un contrato de trabajo. Trofeo que obtuvo mostrando las mil y una variantes de ese argentino piola (canchero, ventajista, pícaro, etc) que todo el mundo denosta cuando la víctima es uno pero que en cambio celebra, como en este caso, si el que desarrolla tal arsenal de viveza es uno que aparece en la tele.

(En Diario Los Andes, 9 de mayo de 2011)