Con Fogwill, mejor dicho ante la poesía de Fogwill, siempre tuve una sensación similar a la Raymond Carver cuando decía: “No me interesa lo que podría denominarse el 'poema bien hecho'. Al verlo, la reacción que más me tienta es la de exclamar: ‘¡Pero eso no es más que poesía!’. Yo busco algo distinto, algo más que un buen poema”. Seguramente nuestro poeta iconoclasta hubiera adherido a ese “algo más” que uno espera del poema. Por eso no extraña que en su “Llamado a los malos poetas” proponga “que en ellos viva la poesía,/ la innecesaria, la fútil, la sutil / poesía imprescindible. / O la inversa: la poesía necesaria,/ la prescindible para vivir”.
Un Fogwill auténtico: desmitificador y a la vez clamando por poner en el centro lo esencial, aquello que la literatura en su devenir va dejando obscenamente al margen para poner en foco la figura del autor o su potencial talento comercial. “Tu palabra refleja lo que hay detrás”, es su negro sobre blanco en “Sentimiento de sí”.
Seducir e irritar, dos caras de Fogwill presentes tanto en su obra como en una entrevista cualquiera. El humor, lo lúdico, la experimentación, caminos y atajos de una poética sumamente personal como “el roce ínfimo/ del ala inexistente/ de la verdad”.
Publicó cinco libros de poemas que compiló en el reeditado “Partes del todo”. Allí se reúne y resume buena parte de la obra poética de este escritor, sociólogo y publicista que, si bien ganó visibilidad y reconocimiento con su narrativa, siempre dejó en claro que su primer (y último) amor era la poesía.
Será por eso que “su música vuelve con un errar de pasos en la memoria” y en su nombre ahora, con la muerte habiendo hecho todo el trabajo, leamos: “Padre nuestro que estás en el curso de la palabra: ¿Dónde estás? ¿Dónde estaré?”.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 29 de agosto de 2010)