Alcanzado cierto punto de popularidad, hay nombres del mundo del deporte y del espectáculo, sobre todo, que se convierten en productos altamente redituables en el terreno de los negocios. Y, como todo producto, para ganar clientes y mercados requiere de una marca. Esa marca, en estos casos, no es otra que el propio nombre en un primerísimo primer plano.
Así, Shakira puede ser, además de una cantante internacional, un perfume; Susana Giménez una carismática conductora con revista propia; Karina Rabolini una ex modelo que diseña ropa interior; y Valeria Lynch valerse de su poderosa y experimentada voz para liderar una escuela de canto.
En Hollywood, territorio propicio si los hay para sacarle el jugo a la fama, los casos se multiplican. Paris Hilton está presente en perfumes, zapatos, ropa, relojes de lujo y gafas de sol; Jennifer López tiene su marca “J.Lo” con la cual vende ropa, accesorios y zapatos; Thalía hace lo suyo con productos que van desde chocolates hasta lentes; las hermanas Penélope y Mónica Cruz, al igual que las Oreiro, se inclinan por el diseño de ropa; y Chuck Norris es, además de un duro del cine, una bebida energética.
Sin dudas, el “filón” comercial más transitado -por directo y efectivo- es el de los perfumes: Antonio Banderas, Jennifer Aniston, Beyoncé, Christina Aguilera, David Beckham y hasta nuestros Gabriela Sabatini, Gino Bogani, Valeria Mazza, Osvaldo Laport y el inefable Ricardo Fort han bautizado fragancias con sus mediáticos nombres.
Aunque en primer lugar estén los negocios, muchos de estos emprendimientos conllevan una gran cuota de narcisismo, una necesidad de alimentar aún más el ya bien nutrido ego de los famosos.
Son numerosos los casos de celebridades que se dieron el gusto de comprar una bodega para producir sus propios vinos y no siempre poniendo su nombre como imán.
Entre los más cercanos está la experiencia de Gustavo Santaolalla, músico y productor exitoso, quien además de cosechar aplausos, elogios y dos Oscar, ahora cosecha su propia uva en Lunlunta para un vino que toma el nombre de su hijo: “Don Juan Nahuel”. El catalán Joan Manuel Serrat es otro de los que tiene vino personal, elaborado por Mas Perineo y comercializado en Argentina por la bodega mendocina Familia Zuccardi.
En California, la empresa “Celebrity Cellars” es la encargada de embotellar vinos para famosos de la talla de Madonna, Barbra Streisand, Kiss y Celine Dion. Se aclara a los fans del resto del mundo: sólo se venden dentro de Estados Unidos.
Más ambicioso, el ex Police, Sting, compró 350 hectáreas con viñedos y olivos al sur de Florencia, donde produce aceite de oliva y miel que vende únicamente en el Harrods londinense; en tanto que sus vinos artesanales se comercializan en la región ya que su producción es escasa.
El nombre -en realidad, el nombre famoso- es la llave tanto para el emprendimiento sensato como para el capricho mejor intencionado. Por caso, Guillermo Vilas se dio el gusto de grabar un disco y editar libros de poemas; Fito Páez de dirigir películas y la Mole Moli de bailar en el programa de Tinelli. Es cierto, el nombre abre puertas, muchas puertas, pero también deja en claro que no siempre es sinónimo ni garantía de calidad.

(Publicado en Diario Los Andes, 1 de setiembre de 2010)